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“Epilobio”

Finalista del premio OCRW Orange Rose

Cuando incendios causan estragos en las tierras de Wyoming, el epilobio es una de las primeras plantas en regresar, realzando la apariencia de un área deteriorada con el deleite de sus flores. La abogada del pequeño pueblo, Taylor Anne Larsen, enfrenta el desafío de hacer lo mismo para el corazón deteriorado de dolor y el alma llena de incredulidad del capataz del rancho, Cal Ruskoff. Armada con la misma gracia y determinación como la flor silvestre de epilobio, Taylor también tiene aliados: una amiga casamentera, el invierno de Wyoming, una intensa atracción mutua, y un cachorrito adoptado que logra traspasar las defensas de Cal.

Puede ser que Cal se deje llevar por la pasión temporariamente, pero desde atrás de la pared que ha construido alrededor de su pasado y sus secretos, él está seguro de que Taylor es todo lo que no se puede permitir tener. Y usará todas sus armas para mantenerla afuera.

Excerpt:

CAPÍTULO UNO

 

—Tú y Taylor están parados bajo el muérdago, entonces tienen que besarse   —proclamó Matty una segunda vez por encima del ruido de fondo en una fiesta en pleno auge. Luego exageró. —De otra manera tendrán mala suerte todo el año que viene.

Emboscado.

Cal Ruskoff miró de Taylor Anne Larsen, parada al lado de él con un rubor subiendo por su cuello cual copa larga y fina que se llenaba con champaña rosada, a los ojos alegres de Matty Brennan Currick y sabía que se había dejado emboscar a lo grande.

Como dueña del rancho vecino Flying W, Matty era su empleador. Lo cual era una razón por la que estaba él aquí en el Slash-C en una fiesta de la víspera del Año Nuevo.

Ella era también la única amiga que podía decir que tenía, lo cual era la otra razón por la que estaba aquí.

—Nunca escuché eso —se quejó Cal.

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—Yo tampoco —declaró Taylor con lealtad.

Ella estaba parada a su lado, como si representaran un frente unido, al mismo tiempo que inclinaba la cabeza para alejarse de él. Solamente su cabello color rojizo pálido y el cambio de posición de su mentón fue lo que él vio.

Tal vez ella había sido emboscada por Matty, también.

—No han escuchado al respecto porque ninguno de los dos creció aquí. ¡Dave! —Matty agarró el brazo de su esposo mientras él se dirigía hacia el ruidoso corazón de la fiesta en la sala.

—Dave, ¿no es verdad que si te paras bajo el muérdago con alguien y no lo besas, trae mala suerte… mucha mala suerte para ambas personas, todo el año?

Cal pudo ver claro como el agua la mirada persuasiva que Matty le propinó a su esposo. Los labios de Dave Currick se curvaron, pero asintió solemnemente con la cabeza.

—Mucha mala suerte —concordó él.

Matty le sonrió alegremente a Dave luego se volvió triunfante hacia Cal y Taylor. —¡Lo ven! Y siendo Taylor mi compañera en la Organización de Rescate de Animales, no quiero correr el riesgo de tener que compartir una muy mala suerte. Una espantosa, mala suerte.

—De hecho, es una suerte tan espantosa, y horrible —dijo Dave con una cara definitivamente seria—, que incluso si están a casi un metro de distancia del muérdago y no se besan, pueden ser afectados, por lo que…

Tiró de Matty hacia él con una mano en la parte inferior de su espalda y Matty cooperó de buena gana. No hubo tiempo de desviar la vista antes de que los labios de ellos se encontraran en un breve pero profundo beso.

Pero no fue el beso lo que hizo que Cal sintiera como si espinas se hubieran metido bajo su piel… fue lo que continuó. Todavía moldeados el uno contra el otro, marido y mujer intercambiaron una mirada que reflejó momentos pasados y promesas hechas de que habría más, y pronto, que valdría la pena recordar.

Cal no envidiaba que Matty y Dave tuvieran esto. Simplemente odiaba sentirse como un niño hambriento con su nariz presionada contra el escaparate de una pastelería, observando lo que nunca tendría.

Pero tal vez en la víspera del Año Nuevo, una noche de alguna manera separada de ambos, el pasado y el futuro… por un momento…

—Ah, diablos —gruñó, luego tiró de Taylor para abrazarla de la misma manera en que Dave lo hizo con Matty.

Solamente, que Taylor no se apoyó contra él, dócil y de buena gana. Ella permaneció derecha, incluso arqueada hacia atrás contra su brazo, como si quisiera evitar contacto con el frente de su cuerpo. No tuvo éxito en su totalidad, y ellos cambiaron de posición para mantener el equilibrio.

Su cabeza se echó hacia atrás.

En shock.

Eso es lo que vio en los ojos verdes bien abiertos de Taylor. Shock.

No podía culparla. Taylor Anne Larsen era una buena mujer. Incluso si era una abogada. El tipo de mujer a quien no le gustaban las mentiras, ya sea de omisión o de comisión. Cortés, un poco tímida. No había sido su intención asustarla. No era culpa de ella que no hubiera tenido una mujer hace tanto tiempo en quien pensar. No era culpa de ella que cuando había pensado al respecto, últimamente su imagen con cabello rojizo había aparecido en la mente demasiadas veces para sentirse cómodo.

Bueno, no podía ocultar su reacción hacia ella ahora, entonces, qué diablos.

Presionó su boca contra la de ella.

Shock.

Eso fue lo que él sintió, un salto y chisporroteo y calor a través de su corriente sanguínea y sus terminaciones nerviosas. Tenía que ser.

Labios suaves. Calidez suave. Piel suave cuando su boca la besó hacia un costado. Cabello suave que rozó contra su mejilla cuando cambió de ángulo. Y todo a su alrededor, un suave perfume de… de algo que no podía descifrar.

Buscó más profundo, encontrando una abertura entre sus labios, y deslizó su lengua adentro.

Ella jadeó, y separó su boca de la de él.

Ni siquiera se dio cuenta de que estaba intentando besarla de nuevo hasta que ella dio un paso hacia atrás, dejando sus brazos vacíos de manera abrupta.

—Entonces ahora estamos a salvo contra la mala suerte para el año que viene. —Taylor sonrió, pero su voz no sonó nada tranquila. Estando de pie todavía cerca—Disculpen, veo a Lisa, y quiero hablarle sobre, eh, el proyecto de rescate de perros.

Un paso, luego miró sobre su hombro, su mirada dirigiéndose de un rostro hacia el otro, y dijo—: Estoy segura de que los voy a ver antes de la medianoche, Matty. Y Dave. Pero te diré feliz Año Nuevo ahora, Cal.

Ella se fue.

Algo en el pecho de Cal se sintió duro y pesado. Le llevó un par extra de latidos para darse cuenta de que había declarado que no esperaba verlo otra vez durante el resto de la fiesta. No esperaba… y ¿no quería?

—Cal. —Matty apoyó una mano contrita sobre su brazo, luego murmuró—: Yo iré a hablar con ella.

—No en mi nombre.

Pero Matty ya se había ido.

—Parece que tienes un poco de lápiz labial de Taylor en tu boca—. Junto con el comentario, Dave le ofreció un pequeño pañuelo de papel.

Cal sacudió su cabeza, y pasó con fuerza la yema del pulgar sobre sus labios. Una mancha de rojo se vio en su pulgar. No era rojo vivo como las velas que Matty y Dave tenían por todos lados. Era más como ese moño de la corona de navidad que Matty había insistido en poner sobre la rejilla de su camioneta, ahora que había experimentado un mes de sol y viento y nieve. Suave.

Frotó la mancha contra el lado de su dedo índice hasta que desapareció de ambos lados.

—Desapareció —confirmó Dave.

Cal maldijo. —No sé por qué los adultos cuelgan muérdago por toda la casa para empezar.

—Pensaría que eso es obvio. A veces los paganos tienen la idea correcta.

—Si tú lo dices. Pero, ¿por qué poner el muérdago justo aquí? —dijo Carl, señalando arriba de su cabeza.

Había parecido un buen lugar para meterse en sus asuntos. Se había estado recostando contra la jamba de la puerta, sin estar adentro de la habitación, encontrándolo el lugar más apartado para estacionarse hasta que pudiera hacer una huida silenciosa, cuando Taylor había aparecido en el pasillo detrás de él. Ahí fue cuando Matty había aprovechado.

—Pensaría que eso sería obvio también, Cal. —Dave asintió con la cabeza hacia el pasillo detrás de Cal. —Es el camino hacia las habitaciones.

 

* * * *

 

Cal se quedó solamente porque era más fácil hacerlo.

Al quedarse hasta medianoche, no tendría que escuchar a Matty parloteando sobre que era un recluso y un ermitaño y que vivía como un monje. Por lo menos no tanto.

Sin embargo, por mucho que lo criticaba, Matty nunca había fisgoneado en cuanto a cómo había terminado aquí en Wyoming; ni cuando había visitado el Flying W antes de la muerte de su tío abuelo y tampoco desde que había asumido el control del rancho.

Tal vez porque al principio ambos habían estado demasiado ocupados trabajando tan duro y rápido y barato como habían podido para intentar mejorar el estado financiero del Flying W. Aunque más probablemente, porque no había querido que él investigara sus secretos a cambio. Como el hecho de que ella todavía amaba a Dave Currick media docena de años después de que él había terminado su romance juvenil.

Pero desde que ella y Dave habían vuelto a estar juntos, todo eso había cambiado.

Matty estaba feliz, verdaderamente feliz.

Eso habría sido buenas noticias si todo terminaba allí. Pero ella estaba empeñada y determinada a que todos los demás a su alrededor deberían estar felices también. Él hizo una mueca. A ella ni siquiera le importaba si sus esfuerzos para hacer a otra persona feliz los hacía a ellos miserables.

—¡Treinta segundos hasta la medianoche!

El anuncio funcionó como un botón en una batidora a cámara lenta. La gente empezó a moverse, cambiando de lugar en la habitación, buscando a la persona con quien querían estar cerca a la medianoche. Matty y Dave y varias de las otras parejas casadas se juntaron en un rápido orden.

—¡Quince segundos!

Las parejas que estaban en citas se acercaron entre sí con variados grados de timidez. Un grupo de hombres sin parejas empezaron a fusionarse cerca de la puerta de la cocina. Un grupo de mujeres se formó en el centro de la habitación.

—¡Diez!

—¡Nueve!

—¡Ocho!

—¡Siete!

Alguien dijo algo que no pudo oír. Había risas, y el grupo de mujeres se movió hacia la chimenea, aparentemente estirando el cuello para ver algo.

—¡Seis!

—¡Cinco!

—¡Cuatro!

Todas excepto Taylor Anne Larsen, quien se quedó en el centro de la habitación, momentáneamente sola.

—¡Tres!

—¡Dos!

Y entonces un tal Brent que estaba visitando de Salt Lake City se separó de los otros hombres solteros, dirigiéndose directamente hacia Taylor.

Cal se empujó de la jamba.

—¡Uno!

Llegó al lado de Taylor mientras decían el grito final.

—¡Feliz Año Nuevo!

La tomó de los hombros con sus manos y la volvió para que le diera a Brent su espalda. Llegó a ver un segundo de su sorpresa, mezclada con un brillo de algo más, antes de que pronunciara—: Feliz Año Nuevo, Taylor—. La última palabra ahogada mientras sus labios se tocaban.

Los de ella estaban separados. Él adentró la lengua en su boca, una vez, luego otra vez.

Él deslizó una mano por detrás de su espalda, cerrando el espacio entre sus cuerpos. La otra se aferró a la curva de su cráneo, sosteniéndola derecha mientras la presión de su boca arqueaba su cuello.

Sintió las manos de ella aferrarse, una a su hombro, la otra arriba de su codo.

La fragancia estaba presente otra vez, todo a su alrededor. Una briza refrescante que mezclaba la libertad del sabor fuerte del limón y la comodidad elegante de la exquisitez del jazmín.

Y entonces se profundizó y el calor se intensificó mientras que su lengua se deslizaba contra la de él, primero tocando, luego buscando.

Los dedos de él palparon la parte de atrás de su cuello, deslizándose bajo los extremos de su cabello, donde la piel era suave y nunca se veía.

Alguien se movió contra su costado derecho tan fuerte que ambos, él y Taylor tuvieron que hacer un paso para evitar perder el equilibrio, cortando el beso.

Los brazos todavía entrelazados, sus cuerpos juntos desde el pecho hasta sus muslos, el hecho de que él la deseara no era un secreto para ninguno de los dos.

—Cal.

Es todo lo que ella dijo. Casi como una pregunta.

Una pregunta que él nunca podía responder. Nunca.

Nunca se había sentido tan lejos de obtener lo que quería en su vida.

Se dio la vuelta y salió apresurado del lugar.

 

* * * *

 

Desde el asiento de pasajero del vehículo 4x4 de Matty, Taylor miró hacia el paisaje cubierto levemente de nieve y azotado por el viento que pasaba más allá del parabrisas, y sintió profunda gratitud por la eficiente calefacción.

—No entiendo cómo alguien podría dejar a un cachorro en una parada —dijo Matty—. Es febrero en Wyoming, por amor de Dios.

Cuando se habían enterado sobre un perro abandonado durante su período de turno para la Asociación de Rescate, Taylor había empacado el equipo que habían preparado, y Matty la había ido a buscar veinte minutos atrás.

Por lo menos ese camionero que lo vio llamó para reportarlo —dijo ella—. Esos tipos que viajan largas distancias tienen unos horarios tan estrictos que es probablemente poco razonable esperar que lo hubieran traído ellos mismos.

—Sí —respondió Matty con una distracción que indicaba que sus pensamientos habían cambiado de rumbo—. El tiempo probablemente vuela para ellos.

Estas primeras seis semanas del año ella había aprendido a tener cautela al responder los comentarios de Matty. Aunque no podía ver peligro en este comentario, mantuvo su respuesta neutral. —Supongo.

—He leído en algún lugar que es común tener el sentido del paso rápido del tiempo. Quiero decir, ¿puedes creer que ha pasado más de un mes desde la víspera de Año Nuevo?

Oh, no. Ahora Taylor vio el peligro.

—Fue una hermosa fiesta, ¿verdad? —Matty estaba diciendo—. No recuerdo haber dado una fiesta que disfrutara más. Y ya que estamos en el tema, me estaba preguntando…

—No te preguntes, por favor.

—Todo lo que iba a…

—Preguntarme otra vez es si Cal me ha llamado. No lo ha hecho. No lo va a hacer. Nunca pensé que lo haría… te dije eso.

—Pero él…

—Pero él me besó en la víspera de Año Nuevo. Sí. Ya lo sé. Tú lo sabes. Todos en los condados de Lewis y Clark lo saben. No me sorprendería si toda la región de las Montañas Rocosas lo sabe.

—No te dio un simple beso. Fue un verdadero beso.

Taylor deseaba que Matty no hubiera dicho eso.

No de esa manera. No de la manera que le recordaba con demasiada claridad con cuánta intensidad había sentido el beso la víspera de Año Nuevo. Las sensaciones externas de los brazos de Cal a su alrededor, su cuerpo duro presionado contra ella, y sus labios firmes y seguros sobre los de ella. Las sensaciones internas del calor arrollador y la sangre corriendo rápido por sus venas. Y el deseo de abandonarse… de dejar que solamente sus brazos fueran los que la sostenían, de confiar en lo que su beso le decía y le hacía sentir.

Todas esas sensaciones le hacían más difícil recordar que detrás del calor en esos ojos azules irresistibles ella había visto una increíble desolación. Y que a pesar de todo ese calor rodeándola fuera y dentro de ella, había querido temblar.

—Créeme, él ha experimentado completo y absoluto “Remordimiento de la víspera de Año Nuevo” por el beso.

—Estás bromeando, pero yo hablo en serio. Cal necesita a alguien como tú. A parte de Dave, no hay hombre que yo…

—Yo también hablo en serio —interrumpió Taylor, para no escuchar el elogio de las virtudes de Cal Ruskoff. Ya era lo suficientemente malo el tener que luchar contra la visión inquebrantable de su cara cuadrada bajo su cabello castaño ceniza acercándose a ella en el instante antes de besarla—. El tipo exhibe todos los síntomas. Cruza la calle y da repentinas vueltas en U cuando ve a su servidora sentada adentro.

No le dijo a Matty que cada movimiento suyo para evadirla la había dejado simultáneamente aliviada y decepcionada.

—Tal vez yo debería…

—No, Matty. No hagas nada. No digas nada.

—Pero…

—Esa es la salida, Matty. Vamos, rescatemos a ese cachorro. —Y olvidemos a Cal Ruskoff.

La primera impresión del perrito atado a un poste de la verja cerca del baño de hombres fue de un juguete rizado con relleno desgraciadamente inadecuado. Un trozo de cartón con la palabra “Gratis” garabateado varias veces con tinta azul estaba sujeto con una tachuela al poste. El perrito estaba acostado sobre una toalla azul desteñida, ocupando una esquina.

Tan pronto como las vio, se paró, con la tela todavía en su hocico, haciéndolo verse un poco travieso. Meneó despacio su cola larga y rizada mientras las observaba con intenso interés y un poco de cautela.

—Hola, cachorrito —canturreó Matty, sacándose un guante.

—Matty, deberías dejarte el guante puesto.

—No será capaz de olerme si lo hago.

—No será capaz de morderte la mano tampoco —notó Taylor secamente—. Recuerda lo que dice el manual: La mayoría de los perros reaccionan al temor de ser heridos echándose a correr, pero algunos atacan.

Igual que los hombres.

—Crecí con suficientes perros abandonados cerca del rancho como para saber cuándo uno es malo. Este no lo es. ¿No es cierto, corazoncito? —El animal estiró su cuello para oler.

—¿Corazoncito?

Matty miró por encima de su hombro. —Realmente eres de la ciudad, ¿no es cierto?

—Barrio residencial. Donde los perros tienen collar de identificación y casi siempre están conectados a un humano, quien te dirá tranquilamente si es un macho o una hembra. Y si es amigable o no.

—Oh, Cachorrito es amigable, ¿verdad? Taylor, desata la cuerda del poste.

Matty siguió hablando con una voz suave y melódica mientras Taylor empezó a desatar el nudo. —Veamos, color marrón caramelo claro con marcas blancas, nariz puntiaguda, orejas paradas, bueno una se para. Creo que eres un collie, ¿verdad Cachorrito?

—¿Un collie? ¿En serio? —Mientras Taylor desataba el nudo, el perrito hizo un paso y se sentó rápidamente—. Ay, Matty. Está débil. Apenas se puede parar.

Matty levantó al perrito. Hizo un débil esfuerzo de soltarse, luego se tranquilizó. —Trae la toalla, y vamos. Quiero llevarlo con el Dr. Marcus.

—La toalla está asquerosa. —Pero ya estaba siguiendo la orden. Un sobre cayó del bulto y ella automáticamente lo tomó también.

—La lavaremos, pero es la única cosa que le es familiar.

 

* * * *

 

Cal vio a Taylor dirigirse en dirección a él desde calle abajo.

Él la había evitado hasta ahora, pero sin dudas, suficiente tiempo había pasado para moderar la tentación. Sin duda no reaccionaría tan fuerte como lo había hecho la víspera de Año Nuevo.

Eso había sido una aberración. Una combinación de demasiado tiempo sin una mujer, una racha insospechada de sentimentalismo por las fiestas y… bueno, sí, no tenía sentido negarlo… la mujer.

Pero ahora… con su cabeza baja como si estuviera examinando el menú apoyado en la ventana del café, aunque las ofertas no habían cambiado en casi tres años que había vivido aquí, él tocó el trozo de periódico que estaba en el bolsillo de su chaqueta, el que había cortado esta mañana del Jefferson Standard.

Bajo el borde de su sombrero, la observó caminar hacia él, sus movimientos fáciles y suaves.

Él tenía una buena causa para hablar con ella ahora. Como abogada ella sabría todo lo referente a testamentos, podría ser capaz de decirle cuáles eran algunas de sus opciones.

La mirada de ella se enfocó en él, y se detuvo en seco. Con su cabeza baja, él aun pudo captar su movimiento para mirar alrededor, como si buscara un escape.

Girando para alejarse de ella, él empezó a cruzar la calle.

Había sido una mala idea de alguna manera. Ella no podría darle ninguna información útil sin que le contara parte de la historia, y él sería un tonto si hiciera eso.

No, seguiría con su primera decisión, ignorar todo por completo y continuar como lo había hecho hasta ahora. Aunque confirmaría la información primero, conseguiría unos detalles más.

Sin mirar en dirección a ella, se fue a la biblioteca Knighton.

 

* * * *

 

Taylor había lavado la toalla dos veces, usando lavandina. Nunca sería una cuestión de belleza, pero se veía considerablemente más respetable que lo que se veía el perrito la tarde siguiente, chorreando espumas de jabón anti-pulgas en una segunda ronda de baño. Una vez no había sido lo suficiente.

Y había una desalentadora posibilidad de que el cachorrito se viera considerablemente mejor de lo que ella o Matty se veían mientras se inclinaban en la tina de baño, sus cabellos mojados y revueltos, las ropas salpicadas y las caras enrojecidas. El aroma a champú anti-pulgas le hizo cosquillas a la nariz de Taylor y ella estornudó.

—Dime otra vez, Matty, ¿por qué no dejamos que el peluquero canino lo lavara? —Ella frotó la espuma detrás de sus orejas. El perrito medio cerró los ojos en aparente felicidad. Ella sonrió y siguió frotando.

—No veo razón para gastar los fondos de la Asociación de Rescate para lavar al perro cuando lo podemos hacer nosotras mismas. —Matty siguió con el extremo de la cadera del animal.

—Lo dices porque no es tu cuarto de baño —dijo Taylor malhumorada, aunque sabía que tenía la mejor parte del trato, literalmente, en este momento.

—¿Hubieras preferido que Cachorrito se quedara aquí sin un baño?

—¡No!

—Entonces, empieza a enjuagar.

Finalmente, Matty se sentó de vuelta y anunció solemnemente—: Creo que estamos listas para la primera toalla.

—Está justo aquí. —Taylor extendió el brazo detrás de ella—. Pero no lo dejes… ¡oh, no!

Taylor se volvió a tiempo para recibir un rocío del perro que se estaba sacudiendo justo en la cara. Si alguna superficie había evitado previamente de ser salpicada, esta vez no fue así.

—No te rías, Matty Brennan Currick. No te atrevas a reírte.

—No puedo evitarlo. Lo siento. Es… estaba pensando en cómo la abuela solía llamarlo: “el sistema de dispersión de agua más eficiente conocido por el hombre”.

Taylor reprimió una risa y le pasó a su amiga una toalla con un severo—: Sécalo.

Les llevó dos toallas más a cada una.

—Se ve bastante limpio —dijo Matty—. Ya ha pasado la etapa de ser la adorable pelota de pelusa, pero se apoderará del corazón de alguien.

El perrito trotó hacia una pila de toallas viejas, se enroscó, y sin demora se durmió.

Taylor tenía un extraño nudo en la garganta. —Todavía es adorable.

Matty la miró, pero Taylor negó con la cabeza. —Ni siquiera lo pienses. Incluso si el dueño del apartamento me lo permitiera, no sería justo para un animal estar en este apartamento diminuto. —Ella miró a su alrededor—. Todo lo que tenemos que hacer ahora es limpiar, luego encontrar un hogar para Cachorrito, y rápido, antes de que Hugh Moski descubra que su inquilino tiene una mascota.

—Prometiste que ibas a llevar a Cachorrito a su nuevo dueño, ¿no es cierto?

—Ese fue nuestro trato, ¿por qué?

—¿Sabes quién necesita un perro? ¿Y no se tiene que preocupar de que el dueño se oponga?

—¿Quién?

—Cal Ruskoff.

COLLAPSE

Críticas de lectores para las historias de Flores silvestres de Patricia McLinn:

¡Cada una fue totalmente diferente, los personajes fueron únicos y totalmente creíbles! ¡Disfrútenlos!

Historia emocionante y conmovedora.

“Si les encanta reír, les encanta llorar; o les encanta reír y llorar al mismo tiempo, entonces definitivamente querrán leer Casi una novia”.

“Estupenda, tenaz e irresistible”.

“…Tan entretenido que no pude dejar de leer hasta que lo terminé”.

“¡Excelente libro! Lo leí sin detenerme en un día. ¡Se lo recomiendo a todos!

“¡Placentero!”

“Totalmente entretenido y apasionante. Me ha encantado cada uno y siento como si conociera personalmente a los personajes. Estoy ansiosa de leer la próxima publicación”.