
“Verbena amarilla”
Lisa Currick fue cierta vez tan alegre y abierta como la radiante flor silvestre de verbena amarilla de su oriundo Wyoming.
Es así como el detective de Nueva York, Shane Garrison, la ha recordado desde que ella se presentó en su primera investigación hace ocho años atrás.
Pero cuando él aparece en el pueblo natal de ella determinado a resolver el último elemento de ese caso, descubre que la chica que él recordaba se ha convertido en una mujer muy diferente.
CAPÍTULO UNO
—Te cortaste el cabello.
No había nada ominoso en esas cuatro palabras que provinieron de atrás de Lisa Currick.
Excepto, que fueron dichas en una voz masculina, baja que ella no había escuchado en ocho años.
—Estaré con usted en un minuto —dijo ella, manteniendo su espalda hacia él, tratando de ganarse un poco de tiempo.
Tiempo para volver a guardar los recuerdos que aparecieron con la voz… y el hombre… en donde pertenecían. Excepto, que si ocho años no habían sido lo suficiente, ¿cómo podría serlo otro minuto más?
Ella deslizó un archivo en su lugar. Una esquina estaba arrugada donde lo había agarrado. Lo repondría después. En este momento quería la señal de su agitación fuera de vista. Si el hombre detrás de ella era tal como había sido ocho años atrás no se perdería de ese tipo de detalle.
Cerró el cajón, y lo miró.
READ MORE—¿Puedo ayudarlo? —Se paró detrás de su escritorio. Desde este escritorio se encargaba eficientemente de la oficina de abogada de Taylor Anne Larsen en Knighton, Wyoming. Representaba todo lo que era ahora… y lo que no había sido cuando había visto por última vez a Shane Garrison.
—Hola, Lisa.
Ella había tenido la intención de continuar con su representación, de preguntar si tenía una cita con Taylor, de fingir que no sabía quién era, de fingir que no lo recordaba. No era lo razonable. Habían pasado ocho años. Mucho había cambiado en ese tiempo. Ella había cambiado mucho en ese tiempo.
Y ellos no se habían conocido por mucho tiempo en ese entonces… el final de un deprimente invierno de Nueva York y el principio de una primavera perfecta de Nueva York.
Contrario a sus fantasías en ese tiempo, ella tampoco lo había conocido bien.
Era definitivamente posible de que no lo recordara…
Entonces vio su rostro.
El rostro de mentón cuadrado, facciones bien marcadas, suavizadas solamente por una boca móvil y ojos azules con pestañas negras. Ella lo recordaba perfectamente, sin embargo era diferente a su recuerdo. Ocho años lo habían cambiado, también. En todo caso, las líneas de determinación en su rostro se habían profundizado más.
Al ver eso, decidió no continuar la farsa de que se había olvidado de él. Sólo desperdiciaría recursos que tal vez necesitaría.
—Detective Garrison. —Se agarró del respaldo de la silla del escritorio para dar a sus manos algo para hacer.
Un lado de la boca de él se curvó. Una vez, ella había visto eso como un desafío para ganarse una sonrisa completa de él.
—Solías llamarme Shane.
—Tu título profesional parece más apropiado. —Las necesidades de su profesión habían sido el fundamento de la conexión de ellos… la razón por la que empezó y la razón por la que terminó.
—¿Significa eso que quieres que te llame Srta. Currick… o es Sra. ahora?
—Señorita funcionará.
—¿No estás casada?
—Estás equivocado si tu trabajo de detective solamente ha averiguado que me he cortado el cabello. —La aspereza de dicho comentario fue un error. La suavidad sería lo más seguro.
Su ceja izquierda, la que tenía una pequeña cicatriz arriba, se elevó. —Mis poderes de observación no se han equivocado. No hay anillo en tu mano izquierda.
Luchando contra el ansia de poner las manos detrás de su espalda, ella enroscó sus dedos en el acolchado de la silla. La mirada de él se enfocó en el movimiento, y su sonrisa cambió. Él se sentó en la silla frente a su escritorio, recostándose, cruzando sus piernas vestidas de jeans, con total comodidad.
—Detective Garrison, tengo trabajo que hacer. Si por favor…
—Alquilas una casa con solamente tu nombre en el alquiler, y tu vehículo está registrado a tu nombre… pero aun podrías estar casada y usar tu nombre de soltera. Sin embargo, te fuiste de la casa esta mañana, partiendo en el único vehículo que había estado estacionado allí toda la noche. Llegaste a tu lugar de trabajo a las 8:50 de la mañana, te fuiste a las 12:08 para caminar al Café Knighton, donde te sentaste en el reservado de atrás, otra vez sola, hasta las 12:53, cuando…
—¿Me has estado siguiendo? —La acusación fue clara, pero ella condensó la furia en una calma sin emoción.
Él asintió con la cabeza. —Sí. Y antes de ello, revisé los registros públicos.
—Entonces, ¿por qué me preguntas si estoy casada? Debes haber sabido la respuesta.
—Quería ver lo que ibas a decir.
—¿Por qué? No… —Ella levantó una mano, estando de pie bien erguida, sin agarrarse ya de la silla—. No, no me lo digas. Sería una pérdida de tiempo, del mío y del tuyo, porque no hay razón alguna por la que me importaría saber el por qué. Y no hay excusa para que me siguieras. Has invadido mi privacidad lo suficiente. Por favor, vete.
—¿No vas a preguntar por qué estoy aquí?
—No.
Por medio segundo ella pensó que el alivio pasó rápidamente por los ojos de él… como si no supiera lo que hubiera contestado si ella hubiera dicho “sí”, que sí quería saber el por qué estaba aquí. Pero eso era ridículo, porque el detective Shane Garrison siempre había sabido lo que quería… o no quería… de Lisa Currick.
—Con tu ayuda, Lisa, puedo…
—No la vas a tener.
Ella dijo eso justo de la forma en que quería. Sólida. Sin emoción. Determinada. Y ahora recurrió a la disciplina de los últimos ocho años para devolver su mirada de la misma manera. No fue fácil.
Esos ojos de un azul profundo con pestañas oscuras, una vez habían hecho su corazón de muchacha temblar como un aspen abofeteado por un viento de Wyoming. Su corazón ya no era el de una chica, pero esos ojos todavía tenían el poder.
—Necesito tu ayuda, Lisa… Srta. Currick.
Ella se rehusó a pensar lo fácil que hubiera sido que se derritiera hace ocho años ante la idea de que él la necesitara de alguna manera.
—Creo que la expresión que cubre esta situación es: “A eso ya lo he experimentado”.
—Voy a encontrar el collar, Lisa. Podrías hacerlo más fácil…
—No.
—No dañará su oportunidad de libertad condicional. Hasta podría ayudarlos.
¿Él pensaba que ella estaba tratando de proteger a Alex? Un poco tarde, ¿no es cierto?
Alex había sido su mentor de sueños… más que eso, había sido como otro abuelo para ella. Irradiando con orgullo ante sus logros, instruyéndola, introduciéndola al mundo de joyas y gemas que una chica de Wyoming hubiera soñado antes de irse a la ciudad de Nueva York.
El día en que ella había sido elegida para la deseable pasantía con el hombre famoso por restaurar solamente las mejores piezas para nadie más que los mejores clientes, había sido el día más enorgullecedor de su vida. Y sus meses en el Estudio Alex White habían sido aún mejores de lo que había soñado. Había aprendido tanto, le habían dado tantas oportunidades, y había formado un lazo de afecto y respeto con un icono vivo de diseño de joyas.
Y entonces Shane Garrison entró en su vida.
—Lo he dejado… a todo eso… atrás, y allí es donde se quedará. Me gustaría que te fueras ahora.
Él la estudió. Una vez esa mirada concentrada hubiera traído color a sus mejillas, la hubiera apresurado a hablar antes de que su cerebro estuviera listo, y hubiera causado que su corazón se sintiera como un martillo.
Pero había dejado atrás el rubor, había aprendido a guardar su lengua, y los latidos de su corazón eran su propio problema.
Ella le devolvió mirada por mirada.
Lentamente, él se puso de pie y avanzó hasta que el ancho del escritorio los separó. Con esta cercanía ella vio las motas de negro entre el azul que daba a sus ojos tal profundidad. Se imaginó sentir el calor del cuerpo de él.
—No desistiré, Lisa.
—Eso depende enteramente de ti, detective Garrison. Siempre y cuando no intentes involucrarme en tu búsqueda.
Siempre y cuando vuelvas a donde perteneces, de manera que tres cuartos de un continente me separe de los recuerdos.
—No puedo deshacer lo que está hecho.
Mientras ella trataba de descifrar eso, él se dio la vuelta y salió. Mientras la puerta se cerraba, ella decidió que no importaba lo que su comentario enigmático significaba mientras se hubiera ido.
Escuchó su pisada en la acera de madera frente a la oficina. No eran tacos de botas como la mayoría de los hombres de por aquí, sino que eran zapatillas para correr de suela gruesa.
Las suelas de zapatillas estaban hechas para escabullirse detrás de alguien, diferente al anuncio más directo “aquí estoy” de las botas. Pero el detective Garrison tal vez no había contado con las aceras de madera que muchos negocios en Knighton tenían en frente. En las aceras de madera, incluso las zapatillas para correr daban suficiente aviso.
Él no la sorprendería nuevamente.
—¿Lisa?
Su empleadora y amiga, Taylor Anne Larsen, estaba de pie junto a la puerta de su oficina interna, mirándola con curiosidad.
—¿Necesitas algo, Taylor?
Taylor negó con la cabeza. —Pensé que escuché voces. Y tú te ves… distraída. ¿Está todo bien?
—Alguien llegó a la puerta equivocada, y llevó un poco para convencerlo de que viera su error. En cuanto a estar distraída, estoy pensando en el proyecto para mi clase de Temas de gerencia que te dije antes.
—Pensé que ya lo tenías casi terminado.
—Decidí ayer a la noche que necesita otra capa. Estaba leyendo durante mi almuerzo sobre cómo los estilos de dirección necesitan adaptarse a la nueva economía.
—Eso no significa que te perderás del Pase del Libro, ¿verdad?
El Pase del Libro estaba planificado como una manera para que los ciudadanos de Knighton se pasaran los libros de mano en mano para moverlos del depósito en el sótano hasta la nueva adición.
—No. Dije que iría, y lo haré.
Si ella sintió un remordimiento mientras cambiaba la conversación hacia el día planificado para celebrar la adición de la biblioteca que el esposo de Taylor, Cal Ruskoff había fundado, era porque la pregunta de Taylor le recordaba a Lisa de cuántas veces se había excusado de una función social con amigos y familiares debido al trabajo de la universidad.
El remordimiento no era… definitivamente no… porque había mentido. Porque no lo había hecho. Shane Garrison había entrado en la puerta equivocada si pensaba que ella lo ayudaría. Y él había necesitado que lo convenciera de ello.
No era que no podía confiar en Taylor. Sí podía… y confiaba en ella. Pero no le había dicho a nadie en Knighton, ni siquiera a su familia, lo que había pasado después de que se había ido de su casa pensando que conquistaría Nueva York; y había aprendido, sin embargo, lo poco preparada que estaba para algo más allá del tranquilo, soñoliento, y pequeño Knighton.
Si hubiera sido algo realmente serio, algo peligroso, algo con lo que ellos pudieran ayudarla, por supuesto que hubiera recurrido a ellos. No la condenarían, no le dirían “te lo dijimos”. Pero había sido el error de ella, y su fracaso. Los mantendría a ambos para sí misma.
Ella había creído en dos hombres en ese entonces, y había estado equivocada en cuanto a ambos. Uno le había defraudado sus esperanzas. El otro le había desilusionado su corazón.
No correría ese riesgo otra vez.
Mantendría la puerta cerrada para Shane Garrison.
* * * *
Te cortaste el cabello.
Fue la cosa más estúpida de decir. No había sido su intención decirlo. Lo cual lo hizo peor.
Por lo menos había mantenido su boca cerrada en cuanto a las manos de ella. Solían llevar cortes, quemaduras y rasguños como insignias de su vocación. Las manos que había observado apretar el respaldo de esa silla hoy habían estado suaves y sin manchas.
Mantener su boca cerrada hasta que hubiera pensado las cosas dos veces era su primer regla para tratar con testigos o sospechosos.
Pero su cabello lo había desconcertado. Él recordaba su cabello tan bien. Tal vez debido a ese día a finales de abril… un miércoles, recordaba eso también, aunque Dios sabía por qué. Habían salido del café, y una ráfaga se apoderó del cabello de ella. Él había levantado su brazo y dejó que envolviera su mano como una bufanda de seda. Ella lo había mirado entonces, ojos llenos de posibilidades.
O eso es lo que un tonto se hubiera permitido pensar.
Extendió sus piernas en el vehículo SUV alquilado que había estacionado bajo un árbol que le daba una vista del frente y de atrás de la oficina de la abogada, como así también de su camioneta estacionada.
Ya no era un tonto. Había aprendido mucho desde ese primer año como detective. Había aprendido lo suficiente como para que le ofrecieran un muy buen trabajo. Por supuesto, no le había hecho saber al asistente del fiscal de distrito Anthony Prilosi que él lo consideraba un muy buen trabajo.
Primero, hubiera roto una regla básica de negociación. Segundo, hubiera roto su regla personal de no dar a Tony esa satisfacción, ya que su amigo tendía a estar demasiado satisfecho consigo mismo como estaba. Y tercero… bueno, el tercero era la razón por la que estaba en Knighton, Wyoming.
—Es una buena oferta —Shane había reconocido.
—Buena para ti, Garrison, es una voltereta hacia atrás para la mayoría de la gente —había dicho Tony, sentado detrás de pilas de archivos que ocultaban su escritorio—. Entonces, ¿por qué no estás diciendo, “Sí, lo aceptaré”. “Sí, estoy sumamente agradecido, Tony, por tu confianza en mi habilidad investigativa y tu tolerancia a mi disposición malhumorada”?
Shane resopló—: Sí, claro.
—¿Qué se necesitaría para que dijeras “sí”, Shane?
Su cabeza se levantó ante la pregunta directa. Se encontró con la mirada de Tony por un momento y vio que era igualmente de directa. Desvió la vista, hacia la ventana que mostraba el paisaje de la ciudad a través de una niebla de mugre que regresaba en días después de las visitas de los limpiadores de ventanas.
—No quiero dejar las cosas colgadas en el departamento de policía.
—Tendrías tiempo de terminar algunos casos… además, los casos se encomiendan a otros todo el tiempo, entonces… —Tony se detuvo en el medio de la oración—. Ah, esto no se trata de los casos, en plural, esto se trata de un caso, en singular, ¿no es cierto? De “El caso” en lo que a ti respecta. El caso de Alex White.
—Solamente quiero encontrar esa pieza: el collar.
—Sí, eso es como que Ahab dijera que sólo quería ir a pescar. —Tony negó con la cabeza—. No lo entiendo, Shane. Pusimos al tipo detrás de las rejas. Y qué, no descubrimos dónde ocultó un collar. No es que Blanchard sea un indigente por no tenerlo. Es una pieza demasiado llamativa para que no la hayamos visto si estuviera en público. Además, no es que White fuera a salir pronto y fuera a disfrutar de sus ganancias de dudoso origen. E incluso si la comisión de libertad bajo palabra lo deja salir mañana, no empezará una ola de crimen. Tiene que estar llegando a los ochenta.
—Setenta y nueve. Pero si yo lo manejara de una manera diferente…
Tony respondió de forma concisa, aunque profana. —Odio halagarte más de lo que ya estás sobre tus habilidades investigativas, pero si no hubiera sido por la manera en que manejaste este caso, no hubiera habido uno. Nadie más pensó que el renombrado Alex White estaba haciendo nada malo.
Shane ignoró eso. —No estoy listo para abandonar ese caso. No todavía.
—¿No todavía? Han pasado ocho años. ¿Estás seguro de que esta obsesión con “el que se escapó” se trata de este caso?
—No es una obsesión, yo…
—Estás seguro que no se trata de esa chica… ¿cómo se llamaba? Sabes, la de ojos grandes que estaba hasta el cuello en ese caso… la que trabajaba con White?
—Ella nunca estaba trabajando con él, no de esa manera. Era una pasante. Y no estaba involucrada en el caso, excepto como testigo. Cubrimos todo eso en ese entonces.
—Sí, sí, eso es lo que dijo ella. Nunca me tragué ese acto de ella de “inocente de la región central”. ¿De dónde era? ¿Nebraska? ¿Una de las Dakotas? De alguno de esos lugares. Pero, ¿cómo era su nombre? —Se encogió de hombros, descartándola como un detalle sin importancia en una vida con exceso de detalles importantes—. No, no recuerdo. Supongo que tú tampoco.
Shane sabía exactamente lo que Tony estaba haciendo, pero no podía dejar que ese detalle en particular fuera descartado como sin importancia. —Lisa Currick.
Toda la vaguedad en la actitud del otro hombre se evaporó, pero su voz fue suave. —Así es. Lisa Currick. La que se escapó.
—No seas ridículo. Era una niña.
—Y tú no eras necesariamente Matusalén… —Tony dejó que la pausa creciera—… en ese entonces.
Shane negó con la cabeza, no en rechazo del comentario sino de la completa conversación.
—¿Me estás diciendo que alguien en el departamento te ha estado presionando para encontrar el collar? Que estarán menos contentos si te fueras de lo que ya lo estarían si no arreglaras ese detalle. —Él no contestó. Eso no detuvo a Tony—. Entonces es esa chica.
Era el tono de voz que Tony Prilosi usaba en corte para persuadir al jurado de que estaba completamente seguro de lo que estaba diciendo. ¿Lo estaba en este momento? ¿Eran los recuerdos de Lisa lo que continuaban carcomiéndolo?
De seguro que quería saber cómo estaba ella. Había sido una buena chica, y ellos habían tenido una relación… cercana. No tan cercana como su cuerpo había estado urgiéndole esa primavera hace ocho años atrás. Pero lo suficientemente cercana que era natural que quisiera asegurarse de que estuviera bien.
—Quiero encontrar esa última pieza —dijo tenazmente.
—Correcto. Sueñas con encontrar ese collar.
No, sueño con…
Él cortó el pensamiento. Ningún tribunal podía recriminar los sueños contra un hombre. Pero eso no detendría a Prilosi si oliera lo que Shane soñaba muy a menudo.
—Quiero encontrar la última pieza —repitió él.
Fue el turno de Tony de mirar a través de la ventana.
Shane se quedó sentado inmóvil, dándole ese tiempo. A diferencia de esos programas exagerados de policías que los televidentes parecían pensar que eran tan realistas, él había encontrado que el silencio y la paciencia estaban entre las habilidades investigativas más útiles que él poseía. Habilidades que lo habían ayudado a ascender rápidamente como detective, donde había encontrado por primera vez a Prilosi en el caso de Alex White. Habilidades que ahora Tony quería que pusiera a trabajar como un investigador especial.
Trabajar para la oficina del fiscal de distrito no sería un camino de rosas, pero los casos que no iban a ningún lado serían erradicados, él tendría un poco más de tiempo con los casos que quedaban, y tendría menos jefes a quienes responder. Siempre y cuando el resultado le diera a Tony toda la verdad y nada más que la verdad, lo dejarían para que trabajara a su manera. Todo eso era interesante.
Pero a él no le gustaba dejar algo sin terminar. Sus jefes del departamento de policía dijeron que había hecho todo lo que pudo… un par de veces al año cuando revisó el caso ellos dijeron eso. Pero él sabía que no era verdad. Había un hilo que no había seguido hasta el final como podría haberlo hecho.
Por eso necesitaba hablar con Lisa Currick otra vez, cara a cara. No debido a una primavera. No debido a un par de ojos heridos mirándolo fijamente al otro lado de un pasillo institucional fuera de una sala del juzgado común. Sino porque ella podría tener una respuesta.
Tony se movió en la silla, el movimiento atrajo la mirada de Shane.
—Te diré algo —dijo Tony, con una mirada que Shane hubiera denominado preocupada en otra persona—, tómate un tiempo, dale a este caso tu completa atención. Si no hay nada, entonces acordarás dejarlo ir, y empezar a trabajar aquí.
—¿Cuánto tiempo? —La pregunta de Shane ocasionó una precipitada ronda de negociación.
—Y si no has encontrado nada después de dos meses —dijo Tony, cerrando las negociaciones—, dejarás este caso en paz.
—Correcto.
—Hablo en serio, Garrison. Te quiero obsesionado con los casos que tenemos ahora. No con los que ya hemos ganado. Y más que seguro, no obsesionado con la chica que perdiste.
Eso es lo que Tony no entendía; Lisa nunca había sido su chica para perder.
Shane había sabido eso al venir aquí a Wyoming. Lo que no había sabido era que ella ya no sería la chica de nadie.
Más que el cabello de Lisa Currick había cambiado. Era una mujer tranquila, reservada, imperturbable.
Un par de cosas respecto a eso le molestaba.
Primero, ¿por qué la franqueza, la osadía, la alegría habían desaparecido?
Él había notado el cambio desde el primer vistazo esta mañana cuando salió de esa pequeña casa ubicada lejos del camino como si se hubiera escondido para evitar a los peatones.
Cuando había conocido a Lisa en Nueva York, se había movido como si estuviera lista en cualquier momento de abrir sus brazos y abrazar a cualquiera o lo que sea que tocara su corazón. Ahora parecía moverse simplemente como la manera práctica de ir de aquí para allá.
Y ese trabajo de ella. Lo último en el mundo que hubiera esperado que ella fuese era una encargada administrativa, siguiendo una rutina, haciendo de los detalles su vida.
Tal vez había necesitado el dinero. No suponía que había muchos trabajos disponibles en un pequeño pueblo como este. Pero eso no explicaba por qué alguien que había amado el mundo no reglamentado de la creatividad dejaría todo eso para obtener una Maestría en Administración de Empresas, como había descubierto que ahora poseía.
Sospechaba que diría que el corte de cabello hasta la nuca era práctico.
Su instinto le decía que algo más profundo que la practicidad estaba en juego aquí. Y ese mismo sentido raramente equivocado lo instaba a descubrir más sobre cómo y cuándo y por qué Lisa había cambiado.
Lo cual lo llevó a la segunda cosa que le molestaba.
Tanto como ella había cambiado, tan claramente como le había dicho que no estaba en lo más mínimo contenta de verlo, había sentido un endurecimiento al sur de su estómago al verla inicialmente, y no había amainado.
Ese estado había nublado su juicio antes. No podía dejar que ocurriera otra vez. Tenía un tiempo mínimo, y una misión: encontrar el collar antiguo de diamante, platino y esmeralda que Alex White había robado. Empezar su nuevo trabajo con un borrón y cuenta nueva atando cabos sueltos de su antiguo trabajo.
Si al lograr eso también pasaba que lo llevaba a descubrir por qué Lisa había cambiado, no podía dañar el satisfacer su curiosidad.
* * * *
Una carta de Alex estaba esperando en el buzón cuando Lisa llegó a casa de su clase esa noche.
Ella había estado plenamente decepcionada por Alex, pero él se había herido a sí mismo mucho más de lo que la había herido a ella. Ella se había reconciliado con él incluso antes de que fuera declarado culpable. Él había estado escribiéndole y a veces la llamaba desde la prisión desde entonces.
Hoy, sin embargo, hubiera preferido estar sin otro recordatorio de su pasado.
Sacando catálogos, folletos y otro correo, Lisa miró hacia la oscuridad de Wyoming, y no vio nada.
Eso no significaba que Garrison no estuviera allí.
Él había estado sentado en un vehículo rentado 4X4 calle abajo de la oficina de la abogada cuando salió a la hora de cierre. Él abiertamente la siguió al campus en Jefferson. Había estado allí cuando salió de clases, y la había seguido a casa.
Su primer instinto había sido el de marchar hacia él y decirle a dónde irse. Pensándolo bien, reconoció la futilidad de ello. La tentación de tratar de perderlo también había abandonado. Él sabía dónde ella trabajaba, dónde vivía, y dónde iba a la universidad. ¿Cuál era el sentido de tratar de perderlo cuando ella solamente iría a uno de esos lugares predecibles?
Cuando se había detenido en la entrada de auto, él había reducido la velocidad, como si quisiera asegurarse de que fuera a su casa, luego se fue rápidamente. Ella había esperado 20 minutos sin ninguna señal de su vehículo antes de dirigirse a su buzón.
De vuelta adentro, ella conscientemente siguió su rutina, poniendo agua a calentar para su té sin cafeína, abriendo sus facturas y archivándolas según la fecha en que serían pagadas, tirando el correo basura y las peticiones de organizaciones benéficas que abundaban todo el año aunque contribuía una vez al año. Una pérdida de su dinero y esfuerzo. Pensarías que tendrían un programa de computadoras que les diría si alguien no respondía al ser inundado… lo cual podría ser una idea para un proyecto final para su curso de Uso de la Computadora para Negocios.
Solamente después de que había hecho una nota de la idea en el cuaderno se preparó el té, se hundió en la esquina del sofá abultado en exceso de color verde jade, y empezó a leer la carta de Alex.
Alex había sido un robusto anciano de 71 años la última vez que lo había visto. Pero claramente los años… y la prisión… habían cobrado un precio. Al principio sus cartas eran como Alex mismo, lleno de seguridad… algunos dirían arrogancia o incluso obsesión, como el abogado fiscal lo había dicho… de que saldría, de que había hecho lo correcto al sacar esas piezas gloriosas de dueños no apreciativos y de remplazarlas con las falsas, de que él era más sensato que el resto del mundo.
También habían estado llenos de sus expectativas para ella. Nada de lo que ella había escrito por el contrario había cambiado el punto de vista de él respecto a eso.
Más recientemente, la falta de lógica del famoso Alex White se había acercado hacia lo incoherente con más frecuencia.
La carta de esta noche, sin embargo, sonaba como el antiguo Alex. Había incluido un boceto, junto con notas para su diseño de un colgante ámbar incrustado en oro, y el comentario—: Como la verbena amarilla a la que te pareces.
Era un viejo chiste entre ellos. Durante su entrevista para la codiciada pasantía en su estudio, Alex le había hecho la pregunta de Barbara Walters sobre qué árbol sería ella. Claramente había intentado desconcertarla, pero contestó al instante de que no sabía mucho sobre árboles, proviniendo de Wyoming y todo eso, y que preferiría ser como la verbena amarilla, porque se esparcía, y levantaba el ánimo dondequiera que fuera.
Él se había reído a carcajadas, y eso lo había logrado… ella obtuvo la pasantía.
Él se había acostumbrado a decirle a la gente que ella era como la verbena amarilla: una flor viva, alegre, también llamada Bidens Ferulifolia porque sus semillas tienen la habilidad de adherirse a transeúntes, y terminar en los lugares más inesperados, como un chica de un rancho en Wyoming que termina en el taller de Manhattan del diseñador y renovador de joyas más venerado y buscado.
“Iba a pasarte por alto después de mi primera entrevista, con el heno todavía en tu cabello, pero de alguna manera no te podía olvidar”, había dicho él. “Ah, y me gustan las personas que se conocen a sí mismas, mi pequeña verbena amarilla”.
La sonrisa nacida de esos recuerdos se perdió mientras Lisa tomaba su té. Ella no se había conocido a sí misma para nada.
Había pensado que estaba lista para cualquier cosa. Le habían probado que estaba miserablemente equivocada.
Shane Garrison había entrado a su vida un día de aguanieve a finales de marzo cuando entró al estudio, acompañado de Alex. De hecho, Alex los había presentado, pareciendo albergar una secreta diversión mientras lo hacía.
Ella se dio cuenta dos días después, cuando el detective Garrison le había pedido que almorzara con él, le había dicho que sospechaba de Alex por fraude, y se preguntaba si ella contestaría algunas preguntas. Alex White… ¿fraude? Era el tipo de chiste ridículo que a Alex más le gustaba. Ella se había reído también, pero Shane nunca titubeó.
Ella le había contado a Alex todo al respecto, y él había insistido que mientras ella disfrutara de la compañía de Shane, debería ver al detective y contestar todas sus preguntas. Mirando atrás, ella suponía que había sido un tipo de juego para Alex.
Pero mientras ella y Shane habían continuado viéndose día tras día mientras el tiempo se deslizaba de la tristeza hacia el deleite, él había dejado de hablar de sus sospechas.
En cambio, habían hablado de todo lo demás bajo el sol. Libros, discos, películas. Las ambiciones de ella, el amor por deportes de él, la niñez de ella, la carrera de rápida ascensión de él, y por supuesto, la ciudad maravillosa a su alrededor. Con el tiempo más cálido, habían empezado a caminar durante sus almuerzos. Cuando el tiempo del almuerzo no era lo suficientemente largo para sus conversaciones, empezaron a encontrarse los fines de semana.
Ni siquiera una vez la tocó más de lo que cualquier hombre haría con una mujer acompañada en público.
Ni una vez la besó.
Pero la había mirado a los ojos, y ella había estado tan segura…
Había estado tan equivocada.
Fue en junio cuando maravillada le había contado a Shane sobre el hermoso trabajo que Alex le había mostrado de un encargo que había terminado de completar. Ella no había sabido que el dueño del brazalete le había pedido que solamente lo limpiara, pero Shane lo había sabido. Ella no había sabido que Alex había duplicado la pieza con gemas falsas, pero Shane lo había sospechado. Y con esa pequeña cantidad de información, él había persuadido al dueño de hacer que el brazalete que Alex había devuelto fuera examinado oficialmente por la policía.
Era uno falso.
Era como sacar un comodín de la base de un castillo de naipes. La reputación de Alex ya no era impenetrable. Otros clientes pronto enviaron piezas a examinar.
Por supuesto, ella no lo había sabido en ese tiempo. Ella había sabido solamente que Shane de repente la visitaba mucho menos, y parecía distraído cuando sí aparecía.
Entonces había llegado repentinamente una gloriosa media tarde de junio, la convenció de salir una hora antes, y había sido como antes. Habían pasado horas caminando y hablando, mirando en los escaparates de tiendas y sentándose en bancos de parques.
El día siguiente él y los otros vinieron al estudio para arrestar a Alex.
Ese fue el peor día de su vida. Peor aún que ser llamada para testificar contra Alex el día del juicio tres meses después. Alex había rechazado con desprecio su angustia, diciendo por supuesto que ella debería decirles todo lo que sabía… él lo iba a hacer.
Para cuando el día del juicio llegó, ella sabía que Alex había estado haciendo lo que había sido acusado de hacer, completamente convencido de que tenía razón al hacerlo. Y ella sabía que Shane la había usado para encontrar la prueba.
Ella puso la carta de Alex en la caja en su clóset con las otras.
Tan pronto como el juicio terminó, ella se fue de Nueva York para siempre, y regresó a Knighton. A los diecinueve había dejado a un lado la niñez, y construido una vida en los principios que sus experiencias en Nueva York le habían enseñado.
Y ella seguiría viviendo esa vida, aunque la experiencia que le había enseñado las lecciones más difíciles, había aparecido en el último lugar en la tierra en donde ella hubiera esperado verlo.
COLLAPSECríticas de lectores para las historias de Flores silvestres de Patricia McLinn:
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Historia emocionante y conmovedora.
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