
“Symphoricarpos”
Una mirada, un amor apasionado… y luego se separan… ¿para siempre?
Antes de la serie más vendida y premiada Flores silvestres de Wyoming, hubo otra historia de amor, una que creó los cimientos para todas las otras que ocurrieron después.
Los mundos de Ed Currick y Donna Roberts no podrían haber sido más diferentes: un ranchero de Wyoming y una actriz musical de futuro prometedor de Broadway en un tour nacional. Lo que podría haber sido un encuentro momentáneo provoca deseo… y más. Pero, ¿puede haber otra cosa que pena en el horizonte cuando solamente tienen días antes de que sus sueños los separe?
CAPÍTULO UNO
Denver — hace treinta y cinco años atrás.
Miércoles
—¡Vamos, vamos, apúrate! A nadie le importa que nuestro autobús se haya averiado. ¡Simplemente quieren divertirse cuando se abre el telón!
—Te lo juro, si él dice que el show debe continuar, lo voy a apalear.
Donna Roberts se rio ante la queja de su compañera de cuarto. Lydia permitía que el jefe gruñón de la compañía la irritara en el mejor de los casos. Para Lydia, como para un gran número de la producción nacional en gira de “Sweet Charity”, la mayoría de esas veces sucedía solamente cuando actuaban.
Entonces Lydia gimió. También le molestaba que Donna no estuviera entre ese gran número. —No me digas que aún puedes reírte.
READ MORELos dos días y medio desde el cierre en Omaha habían sido duros. También habían sido una brisa de aire fresco y vida real para Donna.
No es que ser parte de una compañía nacional en gira no fuera gratificante. Las semanas de ensayos en Nueva York habían sido maravillosas. Aprender las canciones y la coreografía la habían dejado como en las nubes… metafóricamente. Literalmente, sus pies le habían dolido como loco. Por lo que, meses de estar en gira habían desgastado el brillo de la novedad. Era natural que así fuese.
—Vamos, vamos —gritó Brad otra vez—. Lleven las cosas a sus habitaciones, saquen lo que necesiten, y vuelvan en veinte minutos.
—Lo haríamos si pudiéramos —murmuró Lydia.
El grupo que había estado en el autobús debería haber estado en el teatro hace horas atrás para prepararse para el telón. Habían arrojado bolsos en el vestíbulo de forma desordenada, llevando al caos la confusión de la rutina de llegada.
Donna se sacó el abrigo para colgarlo en la barandilla anticuada del vestíbulo. De ninguna manera arriesgaría su premio a las esquinas y bordes protuberantes de la pila de equipaje.
Dio un paso por arriba de una maleta, deslizó su pie en un espacio libre, y se extendió hacia un trozo de azul que podría ser…
—Prueba de sonido a la siguiente hora en punto, todos menos Charity…
—Por supuesto, la Srta. Estrella Televisiva tiene un pase libre —siseó Lydia a Donna.
—… luego ensayo solamente antes del telón. ¡Ensayo solamente! —gritó Brad—. ¡Veinte minutos! Ni un segundo más. ¡Vamos, vamos, vamos!
Donna pisó con su pierna extendida. Apartó de un codazo una maleta de lona protuberante con algo saliente, y… Sí, era su maleta. Si pudiera correr esa maleta de lona, la cual de seguro la sobrepasaba en peso, y el maletín arriba…
Se detuvo, helada por la sensación de un reflector sobre ella, cuando no estaba en el escenario ni era una estrella. Aun así, de sus días de la secundaria y de la universidad, la experiencia no le era desconocida. Esto produjo una calidez similar por su pecho y garganta, mientras los dedos de las manos y los pies se enfriaban, mariposas se amotinaban en su estómago, y su corazón se ensanchaba de gusto. Sin embargo, esto era diferente…
Sí, era eso. Cada elemento era aún más cálido, más frío, más caprichoso, y se sentía con más, mucho más gusto.
Lentamente, levantó la cabeza.
Un hombre joven y alto, de espalda ancha, estaba de pie al costado del caos de la compañía. Llevaba puesto una camisa de rayas azules metida en sus jeans, encima tenía una chaqueta de invierno color marrón claro, y un sombrero de vaquero marrón oscuro. Nunca había visto a alguien llevar un sombrero de vaquero con tanta comodidad, ni siquiera a John Wayne o Steve McQueen.
No era el hombre más buenmozo que alguna vez había visto. Ella había estado en el negocio durante un año y medio para ese entonces, y había visto un buen número de hombres extremadamente buen mozos. Rasgo a rasgo, él no se comparaba. De ninguna manera.
Atractivo, absolutamente. Interesante, oh, sí. Y algo más… Real. Eso era. Real.
Él le devolvió la mirada fijamente, casi con solemnidad.
En lo profundo de sus ojos, una luz ardía que ella no podía interpretar. Casi como si pudiera vislumbrar… Donna tomó el aliento.
El sonido la despertó del trance, y desvió la mirada.
¿Qué se le había metido? Probablemente ni siquiera la estaba mirando a ella. A lo mejor, ella había captado el borde del lugar de otra persona. Muchas de las chicas eran despampanantes… de seguro eran más altas, con piernas que seguían y seguían y seguían, mientras que las piernas de Donna simplemente seguían.
Probablemente le estaba mirando a Lydia, o Raeanne, o MaryBeth, o Nora. Esperaba que no a Nora.
Volvió a mirar al hombre joven.
La estaba mirando a ella.
Solamente a ella.
Su corazón resonó como el bombo de batería.
—¡Vamos, vamos! Vamos, Roberts. ¿Te quedaste allí dormida?
Donna se sobresaltó, casi perdiendo el equilibrio. —Mi maleta. Abajo…
Antes de que su balbuceo saliera a medias, el hombre joven y alto se acercó, corrió la maleta de lona y el maletín con comodidad, y recogió su maleta, entregándosela como si no pesara nada.
Ella clavó la mirada en ojos grises y fijos con un brillo que…
—¡Roberts! —gritó Brad.
Tomó las correas de su maleta, y la arrastró detrás de ella mientras retrocedía por el mismo camino a través de la decreciente masa de maletas. Al costado, se volvió. El hombre joven estaba donde lo había dejado, observándola.
—Gracias.
—De nada. —Él sonrió. Y ningún extremadamente buen mozo estaba a la altura de él.
—¡Donna! No voy a detener el elevador si no entras ya —gritó Lydia.
—¡Muchas gracias! —Se dio la vuelta, tomó su abrigo, y corrió hacia el ascensor.
****
Ed Currick permaneció donde estaba, observando la puerta del ascensor cerrarse hasta que la fisiología lo obligó a parpadear.
En su vida había sido lanzado por caballos, toros, y un tractor. Nunca, nada le había quitado el aliento como ella lo hizo.
Al entrar desde la calle, había descubierto que la atmósfera solemne, incluso sofocante del Hotel Rockton que había dejado esta mañana, estaba transformada en una escena ruidosa, animada, y desorganizada.
Había mirado alrededor del vestíbulo a la multitud causante del alboroto, y allí había estado ella. Riéndose.
Los rostros alrededor habían tenido diversos tonos de ánimo, agobiados, enfadados, demacrados.
Ella se estaba riendo.
Era la más baja del grupo de mujeres jóvenes, sin embargo había atraído su completa atención. Entonces, se había sacado el abrigo, revelando curvas perfectamente proporcionadas a su estatura, y vadeó en la montaña de equipaje como si fuera la aventura de su vida.
Hasta este punto había estado intrigado.
Entonces levantó la vista y sus miradas se encontraron…
Era como si todos los caballos, toros, y tractores que alguna vez había montado se hubieran juntado y lo hubieran lanzado al mismo tiempo. Como si estuviera tirado, sin ningún átomo de aire en los pulmones, mientras algo más fuerte y más caliente se expandía en su corazón hasta que estaba seguro de que su pecho no podía contenerlo, y en todo ese tiempo, él estaba mirando fijamente el sol brillante.
—¿Está bien, jovencito?
Volvió la cabeza de repente, sólo para darse cuenta entonces de que se había quedado en el lugar mirando fijamente a la puerta cerrada del ascensor, quién sabía por cuánto tiempo.
Una mujer de baja estatura, fácilmente tan anciana como su abuela, estaba de pie al lado, recubierta en obvia preparación para salir.
—Señora. —Inclinó su sombrero—. Estoy bien, señora.
—Se ve como si hubiera visto un fantasma.
—No, señora. —Y lo que pensó que había visto no se lo estaba por decir a ningún alma. Nunca.
La mirada de ella se dirigió rápidamente a la puerta del elevador, luego de vuelta sobre él. —Ajá. —Fue todo lo que dijo antes de salir.
Él dio un suspiro, y maldición si su pecho no le dolió, casi como si hubiera sido lanzado por un caballo, o un toro, o un tractor.
No es que un poco de dolor le importara.
Después de cada vez de ser lanzado en su vida, no solamente se había levantado del suelo, sino que al final había dominado a la bestia o maquinaria que había estado manejando. Muchas veces después de mucho trabajo y unas pocas caídas crujientes más, pero al final lo había logrado.
Él haría lo mismo con ella.
Sintió sus labios curvarse hacia arriba. Bueno, no exactamente lo mismo. Esto iba a exigir una habilidad que no pertenecía mucho a su vida diaria. No, sentido de caballo, sentido de vacas, y aptitud mecánica no lo iban a llevar muy lejos con ella.
Ella.
Ni siquiera había obtenido su nombre. Y eso podría ser una verdadera desventaja, ya que tenía intenciones de casarse con ella.
COLLAPSECríticas de lectores para las historias de Flores silvestres de Patricia McLinn:
“Me encantó.
“Una historia de amor verdadero, donde dos personas en un principio con caminos muy distintos, que en de terminado momento se juntaron para disfrutar de un amor puro y maravilloso… Ese amor que Ed y Donna sintieron desde la primera mirada.
“A todas aquellas personas románticas no se pierdan esta novela les harán sentir que el amor a primera vista aún es posible.” – Claudia Bustamante, Kindle 5 estrellas revisión
¡Cada una fue totalmente diferente, los personajes fueron únicos y totalmente creíbles! ¡Disfrútenlos!
Historia emocionante y conmovedora.
“Si les encanta reír, les encanta llorar; o les encanta reír y llorar al mismo tiempo, entonces definitivamente querrán leer Casi una novia”.
“Estupenda, tenaz e irresistible”.
“…Tan entretenido que no pude dejar de leer hasta que lo terminé”.
“¡Excelente libro! Lo leí sin detenerme en un día. ¡Se lo recomiendo a todos!
“¡Placentero!”
“Totalmente entretenido y apasionante. Me ha encantado cada uno y siento como si conociera personalmente a los personajes. Estoy ansiosa de leer la próxima publicación”.
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