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“Flor mono amarilla”

Las flores silvestres tienen que ser fuertes y resistentes para florecer en el medio de la belleza agreste de Wyoming… y también las mujeres.

Valerie Trimarco estaba muy embarazada, muy perdida, muy sola, y muy atascada en una tormenta de nieve en Wyoming. Su coche se quedó atorado en una zanja en Wyoming, mientras sus contracciones venían más rápidas y más fuertes… hasta que llega su caballero en su sombrero de vaquero. Como capataz del rancho, Jack Ralston se encarga de todo lo que se necesite hacer con habilidad tranquila, y serena, incluso lo hace con un bebé que ha decidido entrar al mundo en este preciso instante.

Unos años más tardes, Valerie regresa al Rancho Slash-C en Knighton. Ahora convertida en una madre bloguera exitosa, quiere agradecer al hombre que la rescató y le ayudó a dar a luz a su querida hija. Está bien, tal vez se ha preguntado acerca de él un par de veces en los años que pasaron. Por lo que confabula una fiesta sorpresa con los empleadores y amigos de Jack para ofrecerle un agradecimiento como se debe.

Así es, Jack puede hacerle frente a todo. Excepto una fiesta sorpresa. Y a esta mujer abierta, energética, y habladora, y a su pequeña hija a quien quiere proteger. Porque ellas exigen lo único de él a lo que no puede hacer frente… su amor.

El corazón de Jack causa un impacto emocional a esta adición de comedia romántica de la colección romántica del oeste contemporáneo Flores silvestres de Wyoming de Patricia McLinn, la escritora premiada de novelas más vendidas del USA Today.

Excerpt:

PRÓLOGO

No habĂ­a sido su mejor decisiĂłn.

Y eso significaba algo, considerando algunas de las decisiones no tan grandiosas que habĂ­a tomado antes.

Incluso el quedarse embarazada por un hombre que ahora reconocía, y en lo más profundo de su ser lo había sabido: no era para ella.

Incluso el irse tan lejos como fuera posible de su familia en Gloucester, Massachusetts.

Cada uno de ellos se hubiera reunido para apoyarla. Lo cual era precisamente la razĂłn por la que se habĂ­a ido a Port Orchard, Washington. Se habĂ­a metido en esto sola, y necesitaba encargarse de esto sola.

Valerie Trimarco, mujer a cargo.

Cierto.

Aunque, le habĂ­a ido bien en Port Orchard estos Ăşltimos meses. Se habĂ­a mantenido sola, habĂ­a hecho buenos amigos, tenĂ­a todo arreglado para el nacimiento.

Cada detalle estaba planificado y listo.

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Hasta que esta necesidad irresistible de tener el bebé en Gloucester… de estar en su hogar… inundó cada isla de sentido común que poseía. Todos los pensamientos de encargarse sola de las cosas o incluso de hacerlo con la ayuda de sus amigos, desaparecieron. Todo lo que podía pensar era en irse a casa. A su hogar.

Por lo que empacĂł el auto y se dirigiĂł a Massachusetts.

Aun así no fue tan mala decisión. Después de todo, las aerolíneas limitaban los vuelos tan cerca de la fecha de nacimiento. Además, a ella le gustaba manejar sola. Y su auto era confiable y resistente.

Sin embargo, hasta los coches confiables y resistentes al final se quedaban sin gasolina si se los mantenĂ­a en marcha por mucho tiempo.

Tener el motor prendido durante perĂ­odos breves habĂ­a parecido lo razonable cuando el auto se quedĂł atascado en la zanja llena de nieve.

Por supuesto no se hubiera quedado atascada si no hubiera tenido que virar para evitar la vaca cuando tomĂł la curva del camino.

Por otro lado, ella no hubiera estado en esta ruta infestada de vacas si no hubiera tenido que cambiar de direcciĂłn debido a la tormenta de nieve que arrasaba desde el noroeste. SegĂşn el Ăşltimo informe que habĂ­a escuchado, la ruta interestatal I-94 deberĂ­a estar cerrada ahora.

Entonces habĂ­a tomado la decisiĂłn correcta de irse por la I-90 para salir de Billings, aunque pronto se dio cuenta de que la tormenta la alcanzarĂ­a antes de que llegara lo suficientemente al este para adelantarse a la misma.

Había cambiado de dirección otra vez, planeando llegar a Buffalo, Wyoming, luego girar al sur por la I-25 para conectarse con la I-80, la cual también se dirigía del este al oeste, pero… esperaba… lo suficientemente alejada como para evitar la tormenta.

No fue asĂ­, tampoco.

HabĂ­a escuchado un informe en la radio respecto a un embotellamiento antes de Buffalo debido a un accidente que aminorĂł la velocidad de los coches por la autopista. Para cuando pudieran despejarlo, la tormenta ya habrĂ­a llegado y nadie irĂ­a a ningĂşn lado.

Entonces ella había creado su propio desvío, tomando un camino al sur. Cuando se acabó, giró al este. Esa ruta también se acabó, por lo que eligió otra hacia el sur. Hizo otra combinación este-sur antes de llegar a esta ruta. Había estado dirigiéndose al sur por un tiempo, por lo que debería haber llegado a la autopista interestatal I-25… si no hubiera sido por esa vaca.

Y la zanja.

Su teléfono informaba repetidamente “no hay servicio”.

Estaba fuera de discusiĂłn el empujarlo, considerando su condiciĂłn, pero habĂ­a intentado balancear el auto para sacarlo de la zanja, como la competente conductora en la nieve de Nueva Inglaterra que era. Caramba, ningĂşn balanceo ayudaba cuando la nariz de tu furgoneta estaba tragando lodo y nieve.

Entonces el viento repuntó, sacudiendo cortinas de nieve por todos lados. No las transparentes y livianas, tampoco. Más bien parecían como terciopelo pesado.

Esto no era nada bueno.

Un sonido y una sombra… después, nunca podía recordar qué llamó su atención en primer lugar… volteó su cabeza con rapidez hacia la ventana del lado del conductor.

Parecía como una manta marrón colgando al lado de la ventana con… ¿era eso una bota?

Otro sonido apareciĂł, era como una voz, aunque no podĂ­a entender las palabras.

Entonces, desde la parte superior de su campo de visiĂłn que la ventana le permitĂ­a, vio un par de ojos. Ella parpadeĂł, luego entrecerrĂł los ojos, finalmente se dio cuenta de lo que estaba viendo.

Era un hombre montado a caballo. Se habĂ­a agachado, aparentemente para mirar en la ventana. TenĂ­a una bufanda que cubrĂ­a la parte inferior de su cara, y la parte superior tenĂ­a cubierta por un sombrero de vaquero amarrado con una segunda bufanda atada alrededor, dejando solamente los ojos al descubierto.

—¿Señora? ¿Está bien? —Gritó esta vez, y ella se dio cuenta de que fue lo que había dicho antes.

PresionĂł el botĂłn para bajar la ventana unos centĂ­metros. Por lo menos quedaba suficiente baterĂ­a para hacer eso. Esperaba que hubiera suficiente como para levantarla otra vez, porque se pondrĂ­a muy frio en el auto con la ventana apenas abierta.

—¿Dónde estoy?

—¿Señora?

—No me mire como si estuviera loca. —Aunque era mayormente una suposición, ya que todo lo que ella podía juzgar eran sus ojos—. Sé que estoy en algún lugar en Wyoming, y debería estar bastante cerca de la I-25.

Tiró de su sombrero aún más bajo después de las primeras palabras que ella dijo. —Está en el Rancho Slash-C, y se encuentra a unos diez kilómetros de la interestatal.

—¡Ja! Sabía que me estaba acercando.

—Pero ha estado manejando en paralelo con la interestatal durante el tiempo que ha estado en este camino.

—Maldita sea. —Se debe haber confundido entre el sur y el este en algún momento. Una contracción pequeña la invadió—. ¡Maldita sea, MALDITA SEA!

JadeĂł mientras la contracciĂłn aminoraba, sabiendo que estaba lejos de lo peor, ya que habĂ­a tenido algunas de esas antes.

—Señora, ¿está bien? —preguntó otra vez.

—Depende de lo que quiera decir con estar bien.

Ella tuvo la impresión de ver el ceño fruncido por debajo del borde del sombrero de vaquero. —¿Cómo?

—Quiere decir si tengo huesos rotos u otras lesiones, no. Si quiere decir si estoy tan bien como la vaca que esquivé para no chocar contra ese paseo sin prisa para buscar más hierba que comer, no de nuevo. Admito que esta no ha sido mi mejor decisión, salirme de la interestatal para intentar adelantarme al mal tiempo, pero en realidad no debería haberse complicado tanto.

—No está lastimada y su vehículo todavía marcha…

—No estoy lastimada, pero tengo dolor. Y mi vehículo, como lo llama, no marchará por mucho tiempo porque está por quedarse sin gasolina.

—Cabalgaré de vuelta y le conseguiré gasolina…

—Se perdió de la parte sobre que tengo dolor. Yo…

Ella se interrumpió, porque esta contracción no era pequeña y no era broma. Se concentró para tratar de recordar su entrenamiento, tratando de no tensarse, tratando de sisear entre sus dientes y de no gritar.

—¿Señora? ¿Señora?

Ahora lo habĂ­a logrado. HabĂ­a inquietado al vaquero.

La contracciĂłn aminorĂł, pero sin desaparecer del todo.

—Estoy en trabajo de parto —dijo ella con brevedad poco usual.

Bajó su cabeza aún más, aparentemente para tener una mejor vista dentro de la ventana del auto. —Mierda.

—Así es. Y no soy una experta, pero creo que este bebé está ansioso de ver el mundo. Como su madre. Por lo que probablemente sea una buena señal de que nos llevaremos bien, y esto de ser madre debería…

Se calló porque el vaquero se estaba yendo. Sin siquiera bajarse del caballo. Había dado la vuelta con el caballo y volvió por el costado de su ranchera hacia la ruta. Ella sacó su cabeza por la ventana y vio el meneo de la cola del caballo mientras ascendía el terraplén hacia el camino.

Ella no podĂ­a creerlo.

Pero sí podía. Porque era exactamente el tipo de resultado que veía en demasiadas de sus decisiones. Aun así, pensarías que el tipo diría algo al menos…

Un sonido del lado del pasajero le hizo voltear la cabeza para mirarlo.

Arriba de la pantalla de su lámpara favorita, la cual había sobrevivido la patinada a la zanja porque el asiento del pasajero estaba tan cargado como el resto del auto, se dio cuenta de que había algo afuera de esa ventana escarchada.

Dos algos. La figura del vaquero y el caballo se habĂ­an separado en dos figuras. La figura del vaquero estaba anudando las riendas a la manija de la puerta.

No la habĂ­a dejado.

Sus ojos le picaron, pero las lágrimas no se formaron.

No les habĂ­a dejado.

Entonces él gritó algo a través de la ventana cerrada que no escuchó. Cerró su lado de la ventana antes de abrir la ventana del pasajero, porque no era una completa idiota, y si había suficiente batería para un movimiento ella quería que fuera para cerrar una ventana. De esta manera si dejaba de funcionar después de abrir la ventana del pasajero, habría solamente una ventana que permitía la entrada a la tormenta de nieve.

GritĂł otra vez.

—Espere un segundo —contestó bruscamente. Luego bajó la ventana.

—Dije que abriera el baúl. Y…

—¿Por qué?

—…levante el vidrio de esta ventana para no permitir que entre más frío.

—Lo sé. ¿Por qué cree que…?

Pero la figura del vaquero se estaba yendo, dejando la forma del caballo del lado del pasajero.

Ella levantó la ventana, pero no ayudó mucho en dejar el frío afuera, porque al momento siguiente él había abierto el baúl.

—¿Qué está…?

—Silencio —le ordenó—. Trabajando.

—Como si no pudiera hablar y trabajar al mismo tiem…

Otra contracción la interrumpió. Ésta era diferente. No podía decir que le dolía más, porque todas le dolían. Pero parecía más seria. Quería levantar sus rodillas, pero el volante no se lo permitía. Se concentró en respirar. Enfoca. Enfoca. Enfoca…

¿Qué fue ese sonido?

Mientras la contracción se suavizaba, reconoció que había estado escuchándolo por un rato.

El vaquero estaba moviendo sus cosas en el baĂşl de su vieja furgoneta.

—Eh, ¿qué está haciendo?

No respondiĂł.

EmpezĂł a voltearse para ver lo que estaba haciendo, pero lo pensĂł mejor, e inclinĂł el espejo retrovisor.

Solamente podía ver atrás en la parte del espejo retrovisor. En el resto, él había apilado sus pertenencias hasta el techo.

—No podré manejar —Protestó ella—. Está bloqueando toda la vista. —Incluso miembros de la familia que le fastidiaban por ser impulsiva, sensible, y por tener espíritu viajero reconocían que era una buena conductora. Un poco rápida, tal vez, pero prudente.

En el espejo, vio una porción de su sombrero de vaquero aparecer, como si la estuviera mirando. —No manejará a ningún lado en mucho tiempo.

—¿No pudo conseguir una grúa?

—He enviado un mensaje por radio. Están en camino.

—Bien. Eso está bien. Entonces podemos esperar. —No se sintió culpable en lo más mínimo por incluirlo en “podemos” esperar. Aún, el estar aquí tenía que ser mejor que andar cabalgando en una tormenta de nieve. Excepto—… Aunque, no sé dónde se sentará.

—Estoy haciendo lugar aquí atrás.

—¿Se va a sentar allá atrás? —Eso no parecía muy sociable.

—Los dos.

En ese momento, con el frío penetrando por el baúl abierto, el prospecto de estar cerca de la calidez de alguien tenía su atractivo. —¿Habrá lugar?

—Sí. —Sonó desagradable—. ¿Tiene más cobijas?

—Hay una caja…

—Ya las tengo. Necesito más para… esto funcionará.

Ella vio de reojo un color escarlata en el espejo, intentó voltearse de nuevo, pero encontró con que aún no era una buena idea. —Eh, ¿era eso mi capa?

—No sé.

—Larga, con capucha, de cachemir, forrada con satén, mi prenda de ropa favorita.

Él no estaba escuchando. Porque estando a medias en su descripción, se había alejado de la compuerta trasera y la cerró detrás de él.

¿Qué tan difícil era reconocer una capa? No se necesitaba ser un experto de moda por amor de Dios, por lo que…

Su puerta se abriĂł abruptamente.

—¿Qué estaba haciendo con mi capa? —Exigió ella.

—Ponga sus brazos alrededor de mi cuello.

—¿Qué?

—Ponga sus brazos alrededor de mi cuello.

—Lo escuché —dijo un poco irritada, pero se imaginó que tenía derecho a estarlo—. Intentemos, ¿para qué?

—Para que pueda cargarla hacia atrás.

—¿Cargarme? ¿Cargarme? ¿Tiene idea de lo pesada que estoy?

—Menos que un fardo de heno.

Eso la detuvo, porque no tenía idea de cuánto pesaba un fardo de heno. Y mientras se detuvo, él la levantó.

Por su propio instinto de supervivencia puso sus manos alrededor de su cuello. Se imaginĂł que si la dejaba caer ella se prenderĂ­a de su cuello lo suficiente como para suavizar la caĂ­da.

—Y me tiene que llevar por la nieve —añadió.

—He estado en la nieve antes.

Su aliento sopló aire cálido por el lado de la mejilla expuesta entre su gorro tejido y su bufanda envuelta sobre el mentón y la boca.

—¿Por qué está haciendo esto? Estaba bien donde estaba. —En cierto modo.

—Hay más lugar.

El viento se había puesto más fuerte. Si la boca de él no hubiera estado prácticamente en su oído, ella no habría escuchado su voz baja entre todas las capas de ropa.

—No se necesita mucho lugar para esperar. Dijo que alguien estaba en camino de su rancho por lo que…

—No del mío. Soy el capataz. No el dueño.

—Ser el dueño no es de real importancia en este momento.

Él gruñó. Podría haber sido en parte una risa ahogada. Podría haber sido por el dolor de intentar cargar su cuerpo de elefante.

Dobló hacia la parte trasera del auto, y el paso se hizo más fácil, aparentemente porque había apisonado la nieve mientras reubicaba las cajas. La bajó de pie, y levantó la puerta de atrás.

Había creado un tipo de nido elíptico en el medio, cubriendo la plataforma con mantas y…

—¡Mi capa! —Tomó la sección de tela más cercana y la enrolló, haciendo un bulto de tela en sus brazos.

Se movió como si intentara levantarla de nuevo. Ella lo evadió balanceando su brazo, y casi le costó su equilibrio por la acumulación de nieve bajo sus pies. Se salvó sentándose, con fuerza, en el borde de la plataforma trasera.

—¿Puede moverse hacia atrás sola? —preguntó dubitativamente.

—Sí.

Y lo hizo, moviéndose poco a poco hacia atrás como una cruza de un cangrejo jadeante y un rinoceronte agitado. Cada vez que se movía hacia atrás arrugaba las frazadas un poco, y él tiraba de ellas para extenderlas.

Tan pronto como se adentró lo suficiente, con sus rodillas dobladas, de manera que se pudiera cerrar la puerta trasera sin tener que realizar una podoctomía de maniobra doble, ella se recostó hacia atrás, tratando de recuperar el oxígeno. La tela enrollada de su capa se apoyaba sobre su pecho. Ella la observó elevarse y bajarse cada vez que respiraba.

Supuso que deberĂ­a estar agradecida de que no hubiera tenido otra contracciĂłn durante estas maniobras.

—¿Está bien?

Lo miró. Se había acercado a ella sin que se diera cuenta de su movimiento. En otras palabras, había subido como si fuera la cosa más fácil del mundo. Maldito sea. —Está bromeando, ¿verdad?

Hizo ese gruñido otra vez, y como ya no la estaba cargando, tuvo que concluir que tenía que ver más con diversión que con dolor.

—Los llamaré por radio otra vez.

En el tiempo que tomó el aliento dos veces, él había salido y había bajado la puerta trasera, bloqueando el viento.

Intentó doblar la capa para ponerla en un lugar seguro. Pero la voluminosa cantidad de tela hizo el movimiento más que complicado mientras estaba recostada y con apenas lugar suficiente como para extender sus brazos.

Apenas podía entender su voz por el viento, lo cual probablemente significaba que estaba gritando en el radio. Prestó más atención, tratando de evaluar su tono.

Neutral. Serio.

Luego sintió aparecer el fuerte dolor. Acercándose inexorablemente, como una fuga de petróleo atraído a la costa por la marea.

Cerró los puños en el material de la capa.

Cada oleada, elevándose un poco más alta, cargando la negra y pestilente masa amorfa de dolor acercándose un poco más hasta que…

—¿Cómo está? —dijo él desde algún lugar cerca. Tenía que estarlo, ¿verdad? No podía escuchar con claridad si estaba afuera, pero no lo había escuchado entrar… Ay, diablos, ¿a quién le importa?

—Las contracciones están llegando… ¡Ay… Ay, Dios! —El dolor se tragó al universo y a ella junto con él. No había otra cosa que dolor. No habría nunca más otra cosa que dolor.

Se esfumó, pero ella sabía que era solamente un engaño para que pudiera doler más la próxima vez. Más intenso y más cerca con cada oleada. Ella conocía cómo era el océano. Esto era un océano de dolor.

Pero por lo menos, por ahora, le dejĂł ver a su alrededor. LevantĂł la vista hacia el rostro del vaquero.

Él estaba parcialmente arrodillado al lado de ella, se había sacado el sombrero. Tenía cabello castaño claro con un surco extraño arriba. Y ojos de color entre azul y gris.

—Mi prima tiene ojos grises —dijo ella entre jadeos. ¿Por qué estaba jadeando como si hubiera corrido dieciséis kilómetros?

Él frunció el ceño. —¿De veras?

—Así es. Eleanor Thatcher… de McRae. No podemos olvidar de decir de McRae porque…

Ella dio un grito. No como un grito en una parte de terror de una película, donde sigues con una risa nerviosa. Más bien fue un grito como cuando el dolor que te envuelve tuviera todos sus cuchillos cortando cada parte tuya.

Cuando llegó al límite entre el océano de dolor de donde nunca se iría y el mundo donde otra gente habitaba, se dio cuenta de que el vaquero tenía la mano puesta sobre la frente de ella, acariciando su cabello hacia atrás.

—Va a tener ese bebé pronto.

—No puedo. No he roto… —Ella jadeó las palabras. No tenía aliento por el dolor o el grito o ambos—… aguas.

—A veces no ocurre hasta más tarde. Vamos a ayudarla a dar a luz aquí mismo.

—¿Aquí? No sea tonto. No podemos…

—Sí podemos.

Lo dijo con tanta simpleza, que ella empezó a creerlo. —¿Ha ayudado a dar a luz antes?

—Sí.

Ella lo miró a los ojos. Estaban muy calmos. Sin embargo, también estaban tristes. Tan tristes. ¿Por qué estaría él tan triste? ¿Porque ella iba a morir? Pero él dijo que había asistido en otros partos antes, por lo que… —¡Ah, mierda, quiere decir vacas!

—Vacas y caballos y ovejas y perros.

Ella hizo un gesto hacia sí misma. —¡Humana!— Luego a su abdomen —¡Bebé humano!

Todo es naturaleza.

—No lo creo. Yo no soy…

—Va a tener este bebé. Aquí. Y pronto. Y nadie más va a llegar hasta aquí hasta que lo tenga. Sólo estamos usted y yo.

Ella se quedó mirándolo y abrió su boca para expresar otra vez lo estúpida, horrible, mala, mala, mala idea que era. Sus ojos calmos, tristes la miraron fijamente.

Ella dijo—: Usted y yo.

—Correcto. Voy a necesitar algo de lugar. Entonces… —La tomó por debajo de sus brazos y la deslizó hacia el frente del auto. Estaba sentada un poco más derecha, lo cual era un poco más cómodo. Como estar en una cama de alfileres en vez de agujas.

ExtendiĂł la capa sobre ella, luego empezĂł a alejarse.

—¿A dónde va? —No sonó en pánico, porque no entraba en pánico fácilmente. Ella estaba lista para cualquier cosa. Lista para cualquier aventura. Sí, señor. Así era ella.

—Tenemos que sacarla de esos pantalones. Rápido. —Abrió la puerta trasera y salió, quedándose agachado para no golpear su cabeza. Empezó por sus zapatos, pero le dejó las medias puestas.

—No será difícil. No me he puesto otra cosa que pantalones con elásticos durante los últimos meses. Nunca pensé que extrañaría cierres, pero… —Espere. ¡Espere!— Había empezado a tirar del extremo de los pantalones, los cuales estaban cooperando como si pensaran que iban a tener algo de acción.

—¿Una contracción?

—No. —Los pantalones se habían esfumado. Él la cubrió con el costado de la capa, moviendo más cosas alrededor. Estaba haciendo lugar para donde estaría cuando ella… —Esto va a suceder. Realmente va a suceder. Aquí. Ahora.

—Sí.

—Y va a usar mi capa.

—Sí.

A ella le encantaba esa capa. Más vale que este bebé valga la pena. Y si alguna vez alguien decía algo así sobre su precioso bebé ella le arrancaría el corazón con sus uñas. —Ay, Dios, por lo menos dígame su nombre.

—Jack, señora. Jack Ralston.

—Soy Valerie. Valerie Trimarco. O Val. Mucha gente me llama Val.

—Señora. —Él trepó de vuelta al lado de ella, cerrando la puerta detrás de él. El viento rugió al encontrarse con su diversión estropeada.

—Si me llama señora una vez más, le juro que no trataré de suavizar mis gritos ni un poquito.

Su boca se curvó. —Bueno, Valerie.

—Bueno. Siempre y cuando nos entendamos el uno al otro. —Por ninguna otra razón que todas las razones juntas que la habían amenazado por horas, algunas de ellas por meses, sus ojos empezaron a lagrimear. Y entonces corrieron las lágrimas—. Ay, Dios. Jack Ralston. ¿Qué vamos a hacer?

Él se inclinó hacia ella, mirándola directamente a los ojos. —Vamos a tener este bebé, señ… Val. Tú y yo.

—Tú y yo. —Repitió ella.

—Y todo va a estar bien.

CAPĂŤTULO UNO

DĂ­a presente

—… y todo estuvo bien, porque llegaste al mundo, inteligente y hermosa y saludable y gritando —dijo Val, concluyendo la versión expurgada del nacimiento, que a Addison Rose Trimarco le encantaba escuchar.

Y ahora todo iba a estar bien con esto, también.

Era una buena idea. Una gran idea. Sus seguidoras se volverían locas al respecto. Por eso había vuelto a Wyoming por primera vez en tres años y medio.

—Ahora, es hora de que te vayas a dormir.

—Dilo, mamá.

—Hasta mañana…

—Juana. —Terminaron juntas.

Mientras su hija se echaba una risita, ella le acarició el cabello hacia atrás de la frente. —Que sueñes con los angelitos, Addie.

—Con los angelitos saltarines —añadió Addie en un comentario hacia el universo que correspondía con su personalidad alegre.

Entonces cerrĂł los ojos y se durmiĂł.

Eso dejĂł a Val atĂłnita.

Durante los primeros dos años y medio de su vida, Addie había sido, lo que podía llamarse generosamente, una durmiente errática.

Así es como el blog, y luego los podcasts habían empezado. Debido a que sus propias horas de sueño repetían los patrones incoherentes de su hija, Val se había encontrado despierta y con ansias de conectarse con alguien a las horas más extrañas, y a menudo, con solo pequeños momentos disponibles para tratar de satisfacer esas ansias.

Por lo que, en vez de molestar a miembros de la familia y amigos que no trabajaban por horas para cuidar bebés, ella había empezado a escribir blogs. Y había descubierto una comunidad de otras madres que se sentían como si se hubieran desconectado del universo. Ella les dio una voz a través de “Mamá: La zona de la verdad” y ellas le ofrecían una lealtad increíble. Todo creció a partir de ahí. Se ganaba la vida ahora haciendo algo que le encantaba.

Casi tan increíble, Addison se había dormido una noche casi un año atrás a una hora normal, y así se terminó esa parte de la historia.

Val salió de la habitación solitaria de la cabaña. La cama de dos plazas ya había estado allí. Sus anfitriones generosos habían agregado una cama pequeña para Addie.

En la sala de estar, Val tomó su teclado de computador, lo enchufó a su computadora portátil, y empezó a escribir respecto al milagro de que Addie se había quedado dormida. Recordando los años sin poder dormir o las noches y días fragmentados, esperaba que su trabajo duro anterior… y el final del camino… pudieran dar a alguien en algún lugar del mundo, el conocimiento de que no estaban solas. De que podría haber una noche completa de sueño en algún momento en el futuro.

Era extraño no poder contar a sus lectoras sobre lo que había estado haciendo hoy.

Pero eso arruinarĂ­a la sorpresa.

Por lo que tenía que esperar hasta mañana, cuando finalmente agradecería a Jack Ralston.

Agradecerle de verdad. Con una fiesta sorpresa para celebrar lo que él había hecho por ella y Addie, acompañados por la gente que él conocía aquí en Knighton, Wyoming.

Y entonces ella compartiría con todas sus seguidoras por primera vez sobre la fiesta y el agradecimiento y lo maravilloso que había sido él.

Ella hubiera hecho esto hace años atrás.

Bueno, en realidad, no al principio. Porque en ese punto en su vida, el tomarse una ducha habĂ­a sido un logro que dejarĂ­a a la gente que ascendĂ­a al Everest que mordiera el polvo. ÂżUna fiesta sorpresa de agradecimiento en Wyoming? Ni que hablar.

Incluso cuando Addie empezó a dormirse sola, le había llevado un tiempo recuperar su propia energía. Además, estaba el problema de cuándo hacerlo. Se le ocurrió el día de cumpleaños de Addie, ¿como aniversario? Había un par de problemas al respecto. Ella tenía experiencia propia de estar en Wyoming en enero. También, ¿no debería Addie divertirse en su cumpleaños con sus amiguitos? Y entonces estaba el hecho de que la familia y amigos de Val en Gloucester la matarían por privarlos de celebrar ese día con Addie.

Sin el cumpleaños, quedaban demasiadas otras posibilidades, ninguna mejor que otra. No sabía qué hacer, había fingido estar esperando el momento perfecto cuando en realidad había estado posponiéndolo.

Hasta que la oportunidad golpeó a su puerta… o llegó a su correo electrónico, según cómo se lo mirara… y se rehusó a marcharse.

El destino habĂ­a dicho ahora. Entonces, aquĂ­ estaba.

Todos habían apoyado y ayudado de manera increíble aquí en el pequeño pueblo de Knighton, Wyoming. En especial la familia que era dueña del Rancho Slash-C donde él trabajaba. Ni siquiera en su sueño más optimista hubiera creído encontrar mejores personas. Todos sabían sobre la sorpresa. Estaban entusiasmados al respecto. No solamente lo habían hecho posible, sino divertido también.

Eso dejaba a Jack Ralston.

Todo iba a estar bien.

Más que bien. Grandioso. Espectacular. Fantástico.

*

—Jack está tras mío —anunció Matty Brennan Currick mientras empujaba la puerta para abrirla—. Cree que tenemos que revisar algo para el Slash-C. Dave está con él para evitar cualquier problema de último minuto. ¿Todo listo, Valerie?

—Todo listo —mintió.

Ah, todos los arreglos estaban listos. Todos los que deberían estar presentes aquí ya estaban. La comida estaba lista. El cartel colgaba sobre el mostrador del Café. La videocámara ya estaba filmando para asegurarse de que grabara todo.

Entonces, sĂ­, todas las cosas estaban listas. Era ella la que no lo estaba.

En especial su estĂłmago. El cual habĂ­a elegido este momento para imitar esas viejas avionetas arrolladoras dando vueltas. El momento oportuno.

Todo estarĂ­a bien.

Entonces, ¿por qué estaban sudorosas sus manos en la videocámara? ¿Por qué estaba este programa “contra temblor” funcionando sin detenerse?

Donna Currick apoyó la mano sobre su brazo, y dijo suavemente—: Todo estará bien, querida.

Matty Brennan Currick había contestado el teléfono cuando Val llamó al Slash-C inesperadamente hace casi tres meses atrás con su historia sobre el capataz del rancho que la familia Currick poseía. Y Matty era la persona con quien Val se había estado comunicando con frecuencia. La persona cuyo entusiasmo por todo esto le había llevado a Val a sobrepasar todos y cada uno de los obstáculos. El esposo de Matty, Dave Currick, había sido tan atento como pudo desde que ella y Addie habían llegado. Y todos los otros también. En estos dos días había conocido a docenas de personas, y le había caído bien cada uno de ellos.

Pero era Donna Currick con quien se sentía más conectada. La mamá de Dave y la suegra de Matty.

No podía ser mucho más joven que la mamá de Val, sin embargo la sentía más como una contemporánea. Aunque una contemporánea que era verdaderamente lista y veía a través de las personas como si fueran de vidrio. Lo cual era casi tan alarmante como fascinante.

—Es sólo que… ¿crees que será una sorpresa? —Val le preguntó.

—Ah, sí, estoy segura de que será una sorpresa.

Cierta ironía en su tono de voz llamó la atención de Val, pero no había tiempo de proseguir con el tema. Matty, todavía ubicada al lado de la puerta, susurró un severo—: ¡Shhh!

Matty retrocedió para unirse al grupo cerca del mostrador, permitiendo a la videocámara de Val una vista despejada de la entrada.

La puerta se abrió al empujarla, la voz tranquila de Dave lo precedía. —… un par más de factores a considerar antes de presentar el pedido. Adelante, Jack, Matty ya nos debe tener un reservado listo y podemos…

SiguiĂł hablando, pero Val no escuchĂł las palabras.

Jack Ralston.

Jack.

Ayer a la noche, se preocupó de que no lo iba a reconocer. Habían pasado años, después de todo. Sin mencionar que, al principio, había tenido más que nada un abrigo, sombrero, y bufanda. Y al terminar con esa situación, ella había tenido otras cosas en su mente.

Lo reconociĂł.

Reconoció la forma en que se movía, incluso con la luz del sol desde afuera iluminándolo. Lo cual no tenía sentido, porque apenas lo había visto caminar para empezar.

Y ahora no se estaba moviendo, tampoco.

Se quedĂł paralizado en la entrada.

Sus ojos… ay, sí, ella recordaba sus ojos… echaron un vistazo al grupo y se detuvieron en ella.

—¡Sorpresa! —Las voces se elevaron en un grito alrededor de ella.

Eso la sobresaltĂł a respirar otra vez ahogando el aliento, que fue cuando se dio cuenta de que no habĂ­a estado respirando durante un perĂ­odo no especificado de tiempo.

Entonces su respiraciĂłn se detuvo otra vez.

Jack no se sobresaltó, más bien retrocedió por una fracción de segundo.

La sorpresa. Debe ser la sorpresa.

Inmediatamente, su mano se levantó y ella pensó que se iba a sacar el sombrero. Oró rápido y fervientemente para que sonriera. Para que todo estuviera bien. Para que esto no fuera una estúpida, estúpida, estúpida idea.

Porque en ese primer instante ella había visto algo en sus ojos…

Bajó su sombrero un poco, escondiendo más su rostro.

No sonriĂł.

Dave Currick le dio una palmada en su espalda felicitándolo, pero Val no se perdió que fue más bien para darle un empujón hacia adelante, adentrándolo en el Café. La puerta se cerró detrás de ellos, y mientras los ojos de ella se ajustaban al cambio de luz, Jack Ralston se convirtió en una figura inmóvil, borrosa.

Un coro desafinado de “Porque es un buen compañero” se empezó a escuchar desde atrás de la habitación en un tono tan bajo que James Earl Jones hubiera tenido problemas para seguirlo. Mientras terminaban, sobresalieron voces individuales.

—… cuando llamó Val y dijo que quería honrarte…

—… no sabía nada de lo héroe que eras…

—… gracias por lo que hiciste…

—… su blog. No puedo decir que lo sigo, pero mi nieta dice…

—… tan contentos de tenerla aquí…

—… por supuesto que sabemos, y ahora todo el mundo lo…

—… no puedes esconder tu luz bajo un barril esta vez…

—…deberías haber escuchado a Lisa cuando le dijimos que Valerie Trimarco estaba aquí, y lo que quería hacer por ti…

A través de la lente de la cámara, Val observó a Jack hacer un paso largo hacia adelante, el sombrero aún le cubría los ojos.

¿Estaba acercándose para saludarla? Tal vez debería bajar la cámara. Aunque la idea de hacerlo la hizo sentir como un soldado que estaba considerando salirse de la trinchera hacia el fuego del enemigo. Pero si la ignoraba, si pasaba por el frente, eso sería incómodo también. ¿Lo debería seguir con la cámara? ¿Levantar una mano y decir “probablemente no te recuerdes de mí, pero yo nunca te voy a olvidar?” O…

No pasĂł por el frente. Tampoco la saludĂł.

Lo siguiente que vio a través de la lente fue un bronceado borroso, luego la videocámara desapareció del frente de su cara, desapareció de sus manos. Desapareció del todo.

Tuvo la vista despejada de la espalda de Jack Ralston mientras salía por la puerta del Café.

*

La gente la rodeĂł. Alguien la tomĂł de su brazo. Otro puso una mano sobre su hombro.

—Dave, ve tras él —dijo Matty.

—¿Yo? ¿Por qué no va papá?

—Tu madre es mejor para esas cosas. Donna, ¿puedes…?

—Déjenme a mí —dijo Val. Inmediatamente prosiguió con una oración para que dijeran “no”. ¿Por qué había…?

—Buena idea, querida —dijo Donna—. Yo cuidaré de Addie.

Ella abriĂł la boca como para retirar su oferta, para argumentar que Addie se pondrĂ­a inquieta, para encontrar una razĂłn para salirse de esto.

Addie se acurrucó más contra el hombro de Donna, y la mujer mayor usó su mano libre para dar un empujoncito a Val. —Vé, o lo perderás.

Se fue.

Entrecerrando los ojos contra la luz brillante del sol fuera del café, Val lo vio cruzando la calle vacía en diagonal. Se estaba dirigiendo hacia una construcción larga y baja hecha de tronco y con una acera de madera en frente. Su cabeza estaba gacha y estaba toqueteando la videocámara de ella mientras caminaba. Eso debe ser lo que lo había detenido lo suficiente como para que sus largos pasos no lo llevaran fuera de vista.

—¡Eh!

No se volvió ante su grito, aunque ella había mantenido su tono relativamente contenido y amistoso, considerando que se había fugado con su cámara y claramente le estaba haciendo algo. Corrió hacia él, alcanzándolo justo antes de que tomara los dos pasos que lo llevarían a la acera de madera. De cerca notó que solamente el frente del edificio estaba hecho de troncos… o hecho para parecerse a troncos… y parecía ser bastante nuevo. Letreros para un dentista, un agente inmobiliario, y el abogado que era amigo con los Curricks marcaban la fila de puertas.

—Jack. Jack Ralston.

Él no se detuvo hasta que ella lo tomó del puño arremangado de su camisa. Incluso entonces, apenas se dio vuelta para mirarla.

—Soy Val. Val Trimarco. Hace tres años atrás, me ayudaste, eh… Me ayudaste a dar a luz. ¿En la parte de atrás de mi furgoneta?

No dijo nada.

Esto era peor que todo lo que se hubiera imaginado. —No te acuerdas…

—Sí me acuerdo.

Era demasiado desalentador como para reanimar la confianza. —¿O te acuerdas de mí?

Su gruñido indicó que sí.

—Oh, me reconoces…

—Sí te reconozco.

No sonaba tan contento al respecto. No había gritado tan fuerte… bueno, sí, lo había hecho. Pero él no había parecido tan molesto por ello, no después que la niña Trimarco había nacido, de todas maneras. Había parecido que su llegada al mundo había tirado una manta de “lo pasado, pasado” sobre cada dolor, incomodidad, vergüenza, palabra hostil, e, incluso, la única conexión accidental del puño de Val con su pómulo. Ella hubiera jurado que él no le guardaba rencor cuando los ayudó a subir a la ambulancia.

—Ah. Bueno. Volví aquí a Wyoming para agradecerte.

Gruñó otra vez.

Plantó las manos sobre sus caderas, empezando a enojarse. —¿Podemos al menos sentarnos y hablar?

—¿Sobre qué?

—Sobre la sorpresa que quería darte y…

—Emboscada.

Ella lo miró con furia. —No lo fue. Se suponía que fuera una fiesta sorpresa, en honor a ti. Y todos tus amigos estaban contentos, y decían lo bueno que era que otra gente supiera lo que habías hecho y la gran persona que eres. Todos están allí ahora sintiéndose mal porque fuiste un completo… —Se tragó su primera elección de palabra, como lo había hecho tan frecuentemente desde que se había convertido en madre de una hija que era también en parte un loro—… aguafiestas. Sin mencionar que arrebataste mi cámara y te la llevaste, lo cual es robo.

Él la miró. Ninguno de sus músculos faciales cedió un milímetro. Hasta podría haber tenido la bufanda que le cubría la parte inferior de su cara como lo había tenido cuando golpeó la ventana de su auto.

Aunque, por lo menos entonces habĂ­a podido ver un poco por sus ojos.

Se concentró en ellos ahora, y notó la mínima intensificación de las líneas que se abrían en abanico desde sus ojos azul grisáceos. Como si…

—Te ríes de mí, Jack Ralston, y dejaré salir un grito como no lo has escuchado en tres años y medio.

Levantó ambas manos rindiéndose, los músculos faciales se relajaron, aunque sin llegar a una sonrisa.

Ella se sentó en el escalón. —Vamos. Siéntate por un minuto.

No estaba segura de que obedecería hasta que lo hizo. Dejando más de medio metro entre ellos.

No dijo una palabra. Dependería todo de ella. Considerando que se había largado precipitadamente, tenía el presentimiento de que la fiesta planeada no iba a ser el gran rompe hielo que había esperado que fuera. Mejor que pensara en algo rápido.

—Hiciste una gran cosa ese día, Jack Ralston. Y te lo agradezco.

—Cualquiera hubiera hecho lo mismo.

—De ninguna manera. —Lo miró. El lado levantado de su sombrero reveló su perfil, pero no delataba nada—. De seguro yo no lo hubiera hecho. Hubiera escapado en la otra dirección. Si mi auto no hubiera estado atascado en la zanja, y si no hubiera estado llevando mi pesada situación a cuestas sin importar donde fuera, eso es exactamente lo que hubiera hecho.

Sin voltearse, empezó a volver los ojos hacia ella. Presumiblemente, lo hizo, también, pero para entonces, ella tenía una mano levantada, para proteger sus ojos, mirando hacia un lado y el otro de la calle.

Como si hubiera algo a qué mirar, ya que todos estaban todavía en el café, esperando a que el invitado de honor o la estúpida organizadora de esta fiesta regresaran.

—De todas maneras, eso es lo que solía hacer mejor. No tan mal como cuando era más joven… hazme acordar que te cuente sobre mi historial de trabajo en algún momento… porque había mejorado eso, principalmente gracias a Ell y el Fishwife. Ese es el restaurante que abrimos juntas. Pero no había pasado lo peor, si sabes a lo que me refiero. Eso no ocurrió hasta que Addie nació. Ah, ¿te dije que su nombre es Addison Rose? Ya no es la “Niña Trimarco”, porque, sabes, ella ha logrado que me enfrente a las cosas. Que me hiciera cargo de ellas. Que me convirtiera en una adulta. He estado en realidad en el mismo lugar desde que ella nació. Y he estado en el mismo trabajo durante varios años ahora. Eso es nuevo, también. Bueno, no es exactamente estar en un trabajo. Más bien es uno que inventé.

—¿Ah, sí?

—Sí. Escribo blogs. Sobre ser madre soltera… cómo empezó, cómo continuó… y un poco sobre cocina. Hago un poco de crítica de productos. Hablo sobre cosas reales. Lo que ocurre cada día cuando estás criando un hijo. Cuando estás en la cocina. ¿Qué?

—Nada.

—Sí, hay algo. Veo eso mirada.

—La vida personal en público.

—Oh, eso. Ahora suenas como Ell. Siempre hablando sobre la delgada línea entre lo público y lo privado. Para ella es como El Gran Cañón o algo así. Para mí, es más bien como un garabato en el polvo. Siempre le digo a Ell, no soy tan reservada como ella es. Y…— Ahora, ¿qué?

Pero en vez de repetir o explicar la mirada que le había dado, él dijo—: Ell. ¿Tu prima?

—Correcto. Mi prima, Eleanor. —Seguro. Se acordaba de eso. Incluso sin ver las curvas exuberantes y el rostro inteligente de Eleanor—. Ella es muy cuidadosa. Bueno, no tanto como solía ser, no desde que ella y Cahill se casaron y tuvieron al pequeño Sam. Y ahora que el cuñado de Ell está viviendo con ellos, y su suegra vendrá pronto va a tener menos tiempo para fastidiarme. No es que no tome precauciones. Sí lo hago. Nunca muestro a Addie en pantalla. Uso otros nombres para todos y mezclo los eventos de manera que nadie sepa exactamente quién hizo qué o cuándo. Nunca hubo apariciones públicas de Addie. Y desde aquel pequeño incidente, nunca digo que la casa va a estar vacía en cierto momento o algo así.

—¿Incidente?

—Estos tipos forzaron la entrada. Una de sus novias iba a venir a un evento y estaba contenta al respecto, por lo que estaba leyendo el blog en voz alta a su novio, incluyendo la parte donde dije que nadie iba a estar en casa porque Addie iba a ir a lo de su abuela, donde la malcriaban hasta más no poder. Lo cual, admito totalmente, no debería haber puesto en el blog… la parte sobre que la casa estaría vacía… no la parte sobre que mi mamá la malcría, porque en realidad lo hace, y tiene que detenerse. Y eso es algo que muchas madres viven por propia experiencia, entonces hablamos sobre eso. Especialmente, con una familia como la mía. ¿Y esa parte de que tiene que malcriarla porque no tiene un padre? Esa es una excusa para darle más dulces. No hay nada peor que un chico lleno de azúcar después de un par de horas en la casa de la abuela y…

—Forzaron la entrada.

—Ah. Correcto. Entonces estos tipos forzaron la entrada. Y creo que pensaron que iba a ser alguna persona rica con muchos productos electrónicos que pudieran traficar, solamente porque estoy en el internet, y, por Dios, estaban desilusionados, porque la mayoría de los traficantes no aceptan sillas mecedoras y ropas de bebé OshKosh B’gosh. Por lo tanto recurrieron a robar mi TV, la cual debe tener por lo menos una década de vieja, cuando Cahill… que es el esposo de Eleanor y el mejor tipo del mundo… y su hermanito Kiernan, aunque por qué lo llamaría hermanito, cuando mide casi un metro noventa y es un galán y medio, no lo sé, pero… ¿Dónde estaba?

—La TV.

—Correcto. La TV. Estaban desenchufando todos los cables de la televisión cuando Cahill y Kiernan pasaron por la casa y vieron luces cuando sabían que yo no estaba en casa. Los agarraron con las manos en la masa saliendo por la puerta donde habían estacionado su camioneta. Kiernan sacó unas cuántas fotos para que quedara constancia, luego los mantuvieron allí hasta que la policía llegó. Debería haberles hecho reconectar la televisión y ponerla en funcionamiento de vuelta en vez de ponerlos en la cárcel por un mes. De seguro me hubiera beneficiado más, porque me llevó una eternidad entender los cables y conectarlos otra vez en el lugar correcto. Bueno, en realidad, Kiernan lo hizo. Pero de todas maneras nunca ha funcionado bien desde entonces.

Ella hizo una pausa para tomar el aliento.

—Hablas mucho más ahora.

Ella pensĂł que la comisura de su boca se moviĂł, pero tal vez era un tic.

—Tenía otras cosas en mi mente esa vez. Estaba dando a luz, ¿te acuerdas? Y además…

—Sí.

El sí que confirmó que recordaba la detuvo en seco. Los recuerdos mancharon su mente, como gotas de lluvia grandes y gordas, chocando contra la acera, cada una con un sonido metálico individual, que en conjunto caían más y más rápido mientras formaban un todo. Muchos de los sonidos metálicos individuales llevaban espinas de vergüenza o incomodidad, algunas más puntiagudas que otras, pero todo junto formaba el nacimiento de su hija, y ese era un recuerdo digno de guardarlo.

—¿Y además? —le recordó.

Con un resoplido se salió de su estado de fascinación por el recuerdo. —Y además, estoy un poco nerviosa ahora.

—¿No lo estabas esa vez?

—No. Esa vez tenía un susto mortal. Y prácticamente había perdido el habla. En especial cuando pensé que te habías marchado cuando te dije que estaba por dar a luz.

Se volviĂł y la mirĂł directamente a los ojos por primera vez, y ella vio sorpresa en su rostro.

—Fuiste hacia el lado del pasajero para atar tu caballo, ¿te acuerdas?

—Estarías más protegida.

—¿Esa fue la razón? Bueno, no tenía manera de saberlo. Pensé que me habías abandonado como… eh, como la mayoría de la gente normal lo hubiera hecho en esas circunstancias. Luego, allí estabas, golpeando la ventana del pasajero y dando órdenes de mal humor, lo cual me debería haber advertido, ya que estableció el tono de la escena que siguió.

Puja, Val.

Estoy pujando.

Puja más fuerte.

Esto es lo más fuerte que puedo. Siento decepcionarte, Jack. Lo siento. Realmente lo siento. Después de todo lo que has hecho, y ahora simplemente no puedo. Siempre decepciono a la gente. Marchándome. Yéndome cuando se pone duro o…

Deja de llorar, y empuja.

No puedo.

Eso está mejor. Empujaste cuando gritaste. Hazlo otra vez.

No puedo. No puedo pujar. No puedo tener este bebé. No puedo.

Vas a tener este bebé. Ahora. Puja ahora, Valerie Trimarco. ¡Hazlo!

—No te abandoné. —Dijo él. Una protesta.

—No, no lo hiciste. —Ella se aclaró la voz sin mirarlo—. Por eso quería agradecerte. Por eso era la fiesta sorpresa. Todos tus amigos ayudaron y… ¿qué?

Él le dio una mirada inexpresiva. No para demostrar que no entendía, sino para demostrar que había erigido una pared de ladrillo entre su entendimiento y ella.

—Te echaste hacia atrás —Ella clarificó.

La mirada permaneciĂł inexpresiva. La pared permaneciĂł sĂłlida.

—Está bien —dijo ella lentamente—. Bueno, de todas maneras, todos queríamos darte esta fiesta para celebrar que fuiste una gran persona ese día. Y en mi caso para agradecerte como se debe.

—Ya me agradeciste.

—Gritar desde atrás de la ambulancia no cuenta.

La ambulancia no habĂ­a podido llegar hasta ellos. Ellos tuvieron que llegar hasta la ambulancia.

Un muchacho que Jack había llamado Bryan había llegado primero en una camioneta del rancho. Ella llevaba a su bebé, mientras Jack la levantaba en sus brazos otra vez, con tantas mantas secas como pudo, y trepó al asiento del pasajero, cargándola a ella y al bebé. Bryan manejó. Más y más lentamente, ya que cada bache le hacía gemir, y Jack le dijo bruscamente—: Más lento.

Finalmente llegaron a la calle principal. Ella pensĂł que habĂ­a dormido un poco. Cuando se dio cuenta, la puerta de la camioneta estaba abierta, la estaban acomodando a ella y a Addie en una camilla, luego en una ambulancia.

Todavía adormecida, gritó “Gracias…”. La puerta se cerró con fuerza, atrapando el final de la frase “…Jack” con ella.

Pensó que había soñado su presencia en la habitación del hospital esa noche, pero no había soñado el caballo de peluche de más de medio metro de alto que se había unido a sus pertenencias para la mañana siguiente.

No había una nota o una tarjeta adjunta. Pero él no iba a desaparecerse tan fácilmente. Ella recordaba el nombre del rancho, y tenía la intención de rastrearlo después de que se tomara una siesta.

Pero entonces había que alimentar al bebé otra vez, y hubo otra siesta. Y para entonces Ell había llegado.

Y, ay, fue tan bueno dejar que su prima se encargara de todo para llevarla a ella y Addison Rose a Gloucester, luego se instalĂł en su casa. HabĂ­a dejado que los eventos y el tiempo pasaran de una manera que no era para nada su forma de ser. HabĂ­a reconocido eso, pero como si estuviera a larga distancia, y sin preocuparse mucho.

Fue casi un año más tarde y casi ese tiempo de escribir el blog que una de sus seguidoras dijo que probablemente había tenido una pizca de depresión pos-parto, sin mencionar un caso de privación de sueño.

—Quería agradecerte como se debe —repitió tenazmente—. Además, todo pareció ser el destino. Después de todo este tiempo cuando debería haberme puesto en contacto contigo para agradecerte, ahora todos los planetas se alinearon y… No, quiero decir que todo eso es verdad, pero sólo en parte. También fue porque no nos abandonaste. Tal vez es por eso que esperaba que me ayudaras con esto.

Ni siquiera le preguntó “¿Ayudarte con qué?” Simplemente permaneció en silencio.

—Sabes, alquilé mi casa. Está en la playa en Gloucester… eso es en Massachusetts. Norte de Boston.

—Cabo Ann.

Ella lo miró boquiabierta por medio segundo, luego se dio cuenta. —Correcto. No sabía si recordarías todo eso. Este escritor loco se enamoró de la casa, y le dije que no se lo vendería en absoluto. Para empezar, Ell es todavía la dueña de la mitad sin importar lo que diga, e incluso si no lo fuera, es una casa de la familia. Y además, está justo en la playa, y a Addie le encanta la playa, por lo que, ni pensarlo. Pero entonces, se ofreció a alquilarlo. Lo quería por todo el verano, pero lo reduje a dos meses y entonces, cuando le pedí este precio astronómico para alquilarlo y dijo que sí, ¿qué podía hacer?

Aparentemente no tenĂ­a respuesta para eso.

—Entonces tenía que encontrar un lugar a donde ir. No de vuelta a lo de mamá y papá o a Addie no le quedará un diente en su boca por todo el azúcar, aún si son sus dientes de leche. Y no iría a lo de Ell y Cahill, porque no deberían abandonar un buen ingreso de ninguna de las habitaciones de la posada solamente porque yo estoy haciendo una fortuna… No sería lo justo. Y son demasiados tercos para entrar en razón y cobrarme renta. Por lo que, decidí venirme a Wyoming. De vuelta a donde todo empezó. Lo de ser madre, quiero decir.

Él la miró rápidamente, lo cual ella no correspondió.

—Como te lo dije, escribo este blog. Entonces estoy escribiendo sobre este viaje. Para remontarme a cuando Addie nació. A las adversidades. Y los primeros días. Y en hacer las cosas que se aprende, y la perspectiva que se adquiere… y en cómo esas primeras preocupaciones parecen tan pequeñas ahora, y cómo eso me está preparando… ¡Ja!… para futuras preocupaciones y problemas que se irán poniendo más y más grandes, porque al final nos encontraremos con muchachos y piercings, y manejar autos, y todo el resto. Entonces, por supuesto, quiero presentar al hombre que trajo a Addison Rose Trimarco al mundo.

—No.

—¿Por qué no? No seré sensiblera o nada parecido. Estaba parodiándome a mí misma al contártelo, pero el blog no es cursi de sensiblero. De verdad.

—No.

—¿No tienes otra cosa para decir que no?

—De ninguna manera.

—Jack…

—No seré parte de esto. De ninguna manera. Nunca.

Colocó la cámara sobre el escalón al lado de su cadera y luego se levantó. Estaba segura de que se iría, sin mirarla. Pero después de un paso, se volvió y la miró.

—Tú hiciste la gran cosa ese día —dijo.

Ella levantó la vista rápidamente, totalmente desprevenida. Debe haber sido el brillo del sol en sus ojos lo que la hizo lagrimear. —Gracias, Jack.

Gracias por decir eso. Gracias por dejarme parlotear sin parar. Gracias por ayudarme a traer a mi preciosa Addie al mundo.

Él tiró del borde de su sombrero de vaquero, y dijo—: Adiós, Señora.

—No me llames…

Pero ya se habĂ­a ido, quedando solamente una sonrisa que decĂ­a que lo habĂ­a hecho a propĂłsito.

COLLAPSE

CrĂ­ticas de lectores para las historias de Flores silvestres de Patricia McLinn:

¡Cada una fue totalmente diferente, los personajes fueron únicos y totalmente creíbles! ¡Disfrútenlos!

Historia emocionante y conmovedora.

“Si les encanta reír, les encanta llorar; o les encanta reír y llorar al mismo tiempo, entonces definitivamente querrán leer Casi una novia”.

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